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La guarida del zorrito

LA ABUELA LUPE...

Hola... Hoy es 19 de agosto de 2005.

Les cuento de mi abuelita Lupe... Una señorona, indígena al cien por ciento, morena, de nariz recta (curiosamente no achatada como correspondería a su raza), seria (con la seriedad propia de nuestros antepasados), con el sufrimiento marcado en el rostro. Ella fué la madre de mi madre, de quien mi madre heredó, nada menos que su carácter adusto, su nariz y su amor por el trabajo y la Virgen de Guadalupe, por los hijos, por su pueblo y por su gente, como corresponde a una buena sayulense.

Al igual que el abuelo Pascual, su esposo, fué originaria de Sayula, Jalisco, ese pueblecito que les describí cuando les hablé de él. De ella recuerdo, más, mucho más que del abuelo, pues le sobrevivió muchos años y la seguimos visitando en su casa de Sayula, una casita de tan solo cinco metros de frente y cincuenta de fondo... ¿Se imaginan ustedes? pequeñísima, laaaaaarga, pero eso sí llena de árboles frutales, les cuento: Había limas chichonas, limones, granados que en tiempo frutal se abrían de maduros y enseñaban sus dientes rojísimos que brillaban al sol con su color de sangre; había duraznos criollos, de ésos de los que habla la canción "Me he de comer esa tuna", de corazón colorado; Había manzanos y aunque no lo crean tejocotes de la puritita sierra, y flores... Muchas flores: rosales, gladiolos y margaritas, jazmines, huele de noche, hierbas de olor como la albahaca, tomillo, romero, estafiate, epazote, que servía para cocer frijoles y para darlo en tés para desterrar toda clase de lombrices, y orégano grueso para el caldo de pollo... Total, por las noches o al amanecer, era un olor exquisito, dulce, suave como huelen las casas mexicanas.

Casi al fondo de la casa, estaba la noria para sacar el agua, con una pila anexa la que había que llenar a pulmón, para dar de beber a las mulas del abuelo, que regresaban tarde sudorosas por el el trote del camino de la sierra, de donde se traía el pulque o los canastos de pitayo o las cargas de maiz de la cosecha. Mis tíos, hombres, quedaron fastidiados de tanto sacar, sacar y sacar agua del pozo, para las bestias, para el uso y para el riego del huerto familiar, de tan profunda la noria, al asomarse al brocal, solo se podía distinguir al fondo, un espejo de danzante con el brillo plateado del reflejo de la luz del sol o de la luna. Así recuerdo la casa de la abuela Lupe, nunca sucia, nunca sin flores, nunca sin frutos, nunca sin el altar a Santa Maria de Guadalupe, una impresión fiel de la que se venera en el Santuario Guadalupano de ese pueblo.

Cuando íbamos de visita a su casa, generalmente los domingos de ramos que es la fiesta mayor del pueblo, nunca faltaban las cajetas, porque han de saber que en Sayula, las cajetas de leche quemada, son más exquisitas que las de Celaya, de éso yo puedo afirmar pues me he deleitado con ambas. Mi abuela, también, tenía un colección de cuchillos y machetes (estos eran del abuelo) fabricados por los hermanos Ojeda que en el occidente del país tienen fama de ser los mejores, fabricados a mano, con el mejor acero de México y salidas de las manos de éstos maravillosos artesanos que además, fabrican toda clase de hebillas para cinturón, espadas para bastón, y no sé que tantas cosas más.

Ahí en casa de mi abuela, leí con la curiosidad propia de los niños, los versos prohibidos del "Ánima de Sayula", que eran escondidos bajo llave en una petaquilla de cedro rojo y que era parte de las "donas" del matrimonio de la abuela.

No se cómo llegaron a mis manos, creo uno de mis primos los "birló" de la petaquilla y corrimos a escondernos para leerlos y más o menos dicen así:

""EL ÁNIMA DE SAYULA"

En un caserón ruinoso
de Sayula en el lugar,
vive Apolonio Aguilar,
trapero de profesión.

Hace tiempo que padece
hambre voraz y canina,
y por eso está que trina
contra su suerte fatal.

No se emborracha ni juega;
sólo comer es su vicio,
mas va tan mal el oficio
que ni para pan le da.

Cuatro tablas, dos petates
un bacín roto de barro,
cuatro cazuelas y un jarro
son de su casa el ajuar.

Su mujer y sus hijuelos,
macilentos y hambreados,
con semblantes demacrados
piden pan con triste voz.

¿Pan allí? ¡Ni por asomo!
Hambre sí, disgustos mil
en aquel chiribitil,
a pasto y a discreción.

Llanto sólo de miseria,
que goteando noche y día
apagó dejando fría
la ceniza del hogar.

Por eso el trapero esconde
entre sus manos la cara,
maldice su suerte avara
que le causa tal dolor.

Y fijando en su consorte
la penetrante mirada,
con voz grave y levantada
de esta manera le habló:

"Es preciso que ya cese
Esta situación horrible...
Vivir así no es posible,
harto estoy de padecer.

Me ocurre feliz idea,
que desde luego te explico;
esta noche me hago rico
o perezco en la función.

Tú sabes que en esta tierra
entre la gente de seso
se cuenta cierto suceso
que ha causado sensación.

Se dice, pues, que de noche,
al sonar las doce en punto,
sale a penar un difunto
por la puerta del Panteón.

Que las gentes que lo ven
huyen a carrera abierta,
y todos cierran la puerta
encomendándose a Dios.

Que por fin un desalmado
se encaró ya con el muerto,
mas de terror quedó yerto,
patitieso y sin hablar.

Esto lo aseguran todos
y mi compadre José
me ha jurado por su fe
que también al muerto vio.

Me asegura que ese muerto
tiene la plata enterrada
y busca gente templada
con quien poderse arreglar.

Y me aconseja que yo,
deponiendo todo miedo,
acometa con denuedo
la empresa del fantasmón.

Pues bien, me siento con bríos
para hablarle al mismo diablo;
a ese muerto yo le hablo
aunque fallezca después.

Mucho peor es morir de hambre
que morir de puro miedo,
y si yo con vida quedo
Seremos ricos después."

"¡Por Dios, Apolonio! -dijo
su mujer muy aflijida-
No juegues así la vida,
deja a los muertos en paz."

"Señora, no retrocedo.
Es una cosa resuelta;
si pronto no doy la vuelta
prepara mi funeral".

Dijo... y con paso veloz.
pálido como un difunto,
salió de su casa al punto,
camino para el Panteón.

Envuelto en tinieblas yace
de Sayula el caserío,
y un aspecto muy sombrío
allí reina por doquier.

Lóbrega la noche está
y al soplo del viento frío
gimen los sauces del río
con quejumbroso rumor.

No se oye una voz humana
ni el más ligero ruidito;
sólo lejos el aullido
pavoroso de algún can.

Algún pájaro que pasa.
por las tinieblas perdido,
lanza fúnebre graznido
al ir tras de su nido en pos.

Camina, pues, atrevido,
aquel hombre de faz yerta,
y por fin se ve en la puerta
del tenebroso panteón

la silueta del trapero,
que a la ventura de Dios
va de la fortuna en pos
hasta vencer o morir.

Por fin de repente suenan
doce lentas campanadas,
cuyas notas compasadas,
vibran con sordo rumor.

Notas lentas y solemnes
cuyo sonido retumba
como el eco de una tumba
en el pecho de Aguilar.

Cruza el dintel un fantasma,
mudo, rígido, sombrío,
como el sepulcro más frío
y horrible aborto de horror.

Lleva cubierta la faz
con negro y tupido velo,
y arrastrando por el suelo
lleva también un sudario.

Aguilar, de espanto yerto
y erizados los cabellos,
con agitado resuello
corre tras de la visión.

Haciendo un supremo esfuerzo,
cual si jugara la vida,
con su voz despavorida
de esta manera le hablo:

"En nombre de Dios te pido
me digas cómo te llamas,
si penas entre las llamas
o vives aquí entre nos.

¿Qué buscas por estos sitios
donde a los vivos espantas?
Si tienes talegas: ¿cuántas
me puedes proporcionar?"

"Me llamo Perico Súrres
-dijo el fantasma en secreto-
Fuí en la tierra un buen sujeto,
muy puto mientras viví.

Ando por aquí penando,
en busca de un buen cristiano
que con la fuerza del ano
me arremangue el mirasol.

El favor que yo te pido
es un favor muy sencillo:
que me prestes el fundillo
tras del que ando siempre en pos.

Las talegas que pretendes
aquí las traigo colgando;
ya te las iré arrimando
a la puerta del fogón..."

Dijo...y cual sombra fugaz,
tan rápido como el viento
tras las tapias del Convento
el sombrero se perdió.

Mudo de sorpresa queda
el pobrecito trapero,
y echando al suelo el sombrero
de esta manera exclamó:

"Por tres mentadas de abuela
y por la madre de Gestas
¿qué chingaderas son estas,
las que me pasan a mí?

¡Vengo lleno de esperanzas
a buscar aquí la vida,
y la suerte maldecida
me depara un lance atroz!

No tener yo mas alhaja
que la alhaja del fundillo
¡Y que me la pida un pillo
que viene de la eternidad!

Yo no sé que diablos pasa,
pues ignoro con quien hablo;
o este cabrón es el diablo,
o es mi compadre José.

Lo que me sucede a mí
Es para perder el seso;
Si los muertos piden sieso,
los vivos ¿que pedirán?

Buena fortuna me hallé
en esta tierra de brutos.
Donde los muertos son putos
¿qué garantías tengo yo?

Esto es cuanto debes dar
por las crestas del Demonio:
¡Si lo aflojas, Apolonio,
de aquí sin culo te vas!"

Así el trapero exclamó
muy pensativo y mohíno
Del pueblo tomó el camino
y en sus calles se perdió.

Y es fama que cuando oía
hablar del aparecido,
receloso y precavido
se ponía la mano atrás.

MORALEJA:

Lector: si en alguna ocasión,
y por artes del Demonio,
te vieres como Apolonio
en crítica situación;

o si tropiezas acaso
con alguna ánima en pena,
aunque te diga que es buena,
no te descuides, lector.

Y por vía de precaución
llévate como cristiano
la cruz bendita en la mano
y en el fundillo un tapón.

Jajajajajajaja............

Siguiendo con el relato de mi abuela Lupe, he de decirles, que llegó el día en que todos sus hijos se casaron y mi madre, mujer verdaderamente amorosa, grande y fiel, la recibió en su casa hasta su muerte a los 66 años.

La abuelita Lupe, humilde pero trabajadora, terminó sus días ayudando a mamá en la cría de los nietos, pues mi madre, debía coser ropa ajena (era costurera) durante casi todo el día, con el objeto de ayudar en la economía familiar, donde había muchas bocas que mantener y pocas entradas de dinero. Así eran los álgidos y miserables años del México de los años cincuentas.

Recuerdo: Tenía yo como 15 años, una tarde al regresar del trabajo, encontré a mi madre muy preocupada por la salud de su madre, me pidió que no fuera a trabajar al día siguiente para que la acompañara, envió mensajes a los hijos ausentes como presintiendo la fatalidad de la enfermedad de la abuela. Pasamos toda la noche en vela, al otro día, como a las once de la mañana, me encontraba yo levantándole el cuerpo y la cabeza porque así lo pedía, y en mis brazos quedó dormida para siempre... Curiosamente, me pedía que le diera masaje en los pies, las piernas, el vientre, el pecho, pues no los sentía, y así poco a poco (creo yo), fué sintiendo morir su cuerpo, hasta que en el último suspiro, solo acertó a decir ¡Dios mío, ayúdame!... Y murió.

Mario López Barreto.
19 de agosto de 2005.

(Agradezco a un amigo muy especial, que me hizo el favor de proporcionarme completos los versos del "Ánima de Sayula", pues lo que recordaba no era ni la quinta parte... Gracias hermano, sin tu ayuda este relato estaría incompleto)."

1 comentario

Norberto Mendoza -

UPS....

Se pueden decir muchas cosas y entre ellas elogiar tan bella historia llena de melancolías, alegrías y una que otra travesura...pero no.

Yo simplemente me quedo mudo ante tan bello y mágico cuadro.

Profe Don Mario, por favor, búsque esos versos maravillosos y cuéntenos como termina esa historia...por favor.

Un saludo con cariño desde por acá lares.