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La guarida del zorrito

GENERALES

"JURO QUE EN VERDAD ME SUCEDIÓ"

En la edad adulta, he leído algunos relatos de supervivencia de personas que después de haber experimentado una muerte clínica, han vuelto a la vida, o algunos otros relacionados con hechos sobrenaturales. Estos relatos, los he leído con el mayor cuidado y escepticismo pues jamás he deseado ser influido por estas lecturas en mis propias convicciones o experiencias. Quizás sea yo una persona receptiva para este tipo de cosas que voy a relatar de lo que si puedo estar absolutamente seguro es que me han sucedido. Lo juro.

A mis ocho años. Mi primera experiencia “paranormal”:

En el año de 1956, Cuando tenía 8, aproximadamente, fui de visita a la casa de una hermana de mi madre, que vivía junto a su esposo y cuatro de sus hijos en una granja denominada “La Posta del Costeño” a escasos cinco kilómetros de distancia de mi propia casa.

Esa granja, propiedad del Gobierno Federal, se utilizaba y aún en la actualidad como campo de experimentación ganadera y biológica, en aquél entonces se criaba además: ganado porcino, vacuno, avícola y se producía huevo y pollitos que eran vendidos a la población en general para fomentar la creación de granjas familiares para hacer frente a la recesión económica de los años cincuentas.

Había además, chiqueros limpiecitos y algunos tenían pequeñas pozas de cemento que en ciertas épocas, cuando estaban vacíos eran lavadas y llenas de agua limpia y hacían la delicia de mis primos y yo que las utilizábamos como albercas, y me encantaba por esto visitar a mis tíos, más por el afán de ser sociable, por el gusto de disfrutar de más de algún agradable fin de semana aunque hubiera que ayudar en el baño de los cerdos, en el recuento de éstos, en la recolección de huevo o en la carga de polluelos. Además, siempre había pollo en la mesa, preparado de una forma u otra había pollo para mi glotonería y disfrute.

La granja, además, contaba con un pozo profundo que la abastecía de agua que se utilizaba en el riego de los cultivos de forrajes, maíz y sorgo que se utilizaban en la alimentación del ganado y a donde iban a cargar pipas propiedad del Gobierno del Estado para abastecer a las familias de colonias pobres que no contaban, en ese entonces, con agua potable y se les suministraba con este medio.

Era un sábado cualquiera en que llegué a disfrutar desde el viernes anterior de todo un fin de semana que prometía ser hermoso. Nos levantamos tempranito y ayudamos en la limpieza, de los chiqueros para dejarlos limpísimos, luego, en carretillas, llevamos el alimento destapando con cuidado las bolsas de cuadros de distintos colores y tamaños que después servirían para que mamá nos fabricara camisas y calzoncillos con ellas, pues las vendían ya vacías a solo cincuenta centavos cada una.

Aproximadamente a las diez de la mañana, llegó a la casa donde ya esperábamos a mis tíos de su regreso del mercado de la ciudad, para recibir nuestros alimentos, cuando llegó a la puerta un camión cisterna con un chofer nuevo al que le decían “El Cuate”, este chofer desconocía la ubicación del pozo y la forma en que se llenaba la pipa con el agua de este, pues había que cerrar una llave para abrir otra y subirla a la boca de la cisterna ambulante para que se llenara por medio de una gruesa manguera, ceremonia desconocida por el nuevo chofer.

Nos pidió, pues, en ausencia de mi tío Pascual que así se llamaba, lo acompañáramos al pozo y le diéramos las indicaciones correspondientes para llenar su pipa con agua. La emoción fue grande y no montamos en la cabina como correspondía, lo hicimos mi primo Chuy y yo, en la parte trasera, montados sobre una especie de patas de hierro que traía la pipa y que colgaban en la parte trasera del camión, en la parte posterior de la cisterna.

Al llegar al pozo, el camión debía hacer reversa para acomodarse a la toma de agua elevada, por lo que desde nuestra improvisada montura, le gritábamos que echara reversa, con el consabido “viene, viene”. El chofer fue dando reversa, y nosotros no percibimos la cercanía de un árbol de coastecomate por la parte de atrás , así que el Cuate, al oír el “viene, viene”, aceleró presionando mi cabeza sobre la superficie del tronco del árbol, con el correspondiente grito angustioso que escapaba de mi infantil garganta.

Mi vista se nubló, borbotones de sangre tibia escapaba de mi cabeza, mi primo salió disparado a gritarle al chofer sobre lo que pasaba y éste, solo acertó a recogerme y dejarme sobre la graba limpia que había a la orilla del pozo del que percibía tan solo un zumbido. Habiendo atado mi cabeza con su pañuelo, corrió y de paso le dijo a mi Tío Pascual lo que había sucedido poniendo “pies en polvorosa” pensando lo peor.

Mi tío subió a un jeep que era el medio de transporte utilizado en la granja y llegó jadeando hasta mí, que yacía en forma cómoda y sin dolores, solo con una grata semiinconsciencia que me parecía del todo, fuera de lugar.

Sentí cuando me tomó en sus brazos mientras mi tía Trinidad, que lo acompañaba puso una cobija sobre el piso del Jeep y presurosos salieron directo a la ciudad rumbo a la Cruz Roja donde recibí tan solo una limpieza y le ordenaron a mi tío llevarme al Hospital Civil en la calle cerrada de 27 de Septiembre, donde ahora es la Escuela de Artes de la Universidad de Colima, recipiendaria posterior del edificio.

Al llegar al lugar, creo a medio día, mi tío me depositó sobre una loza de granito, entre él y los doctores que me atendieron me desnudaron, dándose cuenta de la gran cantidad de sangre que había perdido ya, mientras que yo, estaba sumido en una especie de “modorra chicha” muy cómoda, por cierto, cuando sentí que uno de los médicos que tomaba mis signos vitales y me incitaba a hablar, a mover los pies o manos decía: - Este niño, se nos va. ¡No hay pulso!. Mientras sentí la entrada de algo en mi brazo cuando una enfermera me canalizaba para poner suero en mis venas. No se el tiempo que pasé ahí, solo escuchaba murmullos y el trick track de la aguja al penetrar mi piel ,cuando suturaban las heridas de mi cabeza, una de veintitrés centímetros en la parte occipital y otra de diez en la parte frontal.

En un momento dado, no sentí más nada. Miré con los ojos del interior, un pasillo de luz, profundo interminable y sentí como me deslizaba suavemente sin dolores, por el contrario en medio de una gran alegría y paz como jamás me había sentido. Hubiera querido permanecer ahí, pero a los tres días desperté en una cama de hospital y la primera cara que vi fue la de mi hermano Rubén que cuidaba de mí en mi momento de más profunda soledad y tristeza, pues llegó a mi mente la experiencia vivida y hasta ese momento di rienda suelta a un llanto intranquilo, mi estómago se revolvió y subía y baja en hipos de angustia.

Después de diez días de hospitalización, regresé a casa, donde platiqué a mamá de lo que había pasado y sentido desde el momento de quedar sobre la graba del pozo hasta despertar en el hospital y con un abrazo se limitó a decirme: - Mijo, esa luz era la Luz de Dios, que aún no te necesitaba allá, Él te da una nueva oportunidad, aprovéchala. Quedé tranquilo con la explicación, pero la paz y tranquilidad vividas en mi experiencia, las he vuelto a sentir en diversas ocasiones, que les cuento en seguida.

A mis veinte años.

Casi para cumplir veinte años, vivía en un pueblo llamado Ixtlahuacán, lugar al que fui a trabajar desde los diecisiete años y permanecí hasta esa edad, ahí se inició mi vida de adulto. Para entonces, solo había cursado hasta segundo año de secundaria y trabajaba en la construcción de la Iglesia de los Santos Reyes, invitado por un gran Sacerdote amigo mío, llamado Juan José Rincón Jiménez, del que posteriormente hablaré.

En el mes de Julio de 1968, después de la dura jornada de trabajo, caminé calles abajo del pueblo con el fin de relajarme y sudar un poco antes de darme un baño. Llegué hasta donde se instalaba una pequeña plaza de toros, que se utilizaba durante la función de las Fiestas Patrias, festividades por demás llenas, de colorido y sabor campirano que me encantaban pues eran pocas las oportunidades de diversión en dicho lugar. Subí al entramado donde se subían las autoridades y me recosté sobre el piso de madera áspera y me quedé profundamente dormido.

Pasada como una media hora, ya casi oscurecido, sentí una mano suave que me presionaba sobre el brazo. No sentí miedo, de nuevo llegó a mí esa paz y tranquilidad sentida en mi niñez y escuche claramente una voz que en mi interior resonaba suave y cadenciosa y que sentí grata a mis sentidos: - Mario. Me susurró la voz. - ¿Podrás quedarte en éste lugar encerrado de por vida o tendrás las agallas para salir y ser alguien en la vida?.

Ahora sí me estremecí, no de miedo desde luego, sino por la verdad que encerraban esas palabras, pues a nadie había comentado que habiendo llegado a la edad de la “punzada”, mi idea era encontrar una damita con la que compartir mi vida y quedarme a vivir en ese paradisíaco lugar. La voz y la sensación se fueron como llegaron y solo sentí el fresco viento rozar mis mejillas y el cuerpo, por lo que me dio por meditar en lo que había escuchado.

La verdad, la decisión fue rápida. Fue mi último trabajo en la construcción, en el mes de septiembre siguiente, iniciaba mis clases de contabilidad en el “Instituto de Comercio y Administración” recién fundado por los Contadores: José Alejandro Contreras Jacobo y Salvador Govea, de donde a los tres años, cuando aún no cumplía veintitrés salí diplomado de Contador Privado iniciando con ello una nueva etapa de mi vida. ¡Todo ello, gracias a una voz!.

A mis veinticinco años.

En el mes de julio de 1972, contraje matrimonio con Silvia, mi esposa. Durante dos años no procreamos hijos por lo que paseamos lo más que pudimos durante ese tiempo, generalmente salíamos en un vochito 1968, a diferentes partes de Jalisco y Michoacán, en forma muy especial a Uruapan y Janitzio lugares que nos cautivaron.

En el mes de noviembre de 1973, regresábamos de Uruapan, Michoacán, siendo como a las siete de la tarde casi a punto de obscurecer, descendíamos poco a poco por la sierra de Mazamitla, lugar hermoso y de agradable clima montañoso y un exquisito aroma a pino y flores silvestres, algo que disfrutábamos plenamente en nuestros primeros años de matrimonio, pues ambos gustábamos de este tipo de paseos.

La penumbra iba poco a poco venciendo la débil luz del sol extendiendo su manto nubloso sobre la carretera Jiquilpan - Manzanillo. Ésta era angosta, de dos carriles y sumamente peligrosa, pues era la principal comunicación del Estado de Colima, con la Ciudad de México y el centro del país en lo general, era mucho el tráfico y al ser mi auto pequeño, y yo, muy precavido al manejar, cuando algún camión de carga me rebasaba en carretera sentía a mi querido vochito moverse hasta hacerme sentir un ladeado peligrosamente hacia el paredón de la montaña.

Casi al terminar la pendiente de un peligroso tramo, sentí que el auto se forzó y empezó a zigzaguear peligrosamente, lo que me hizo “recargarlo” prácticamente sobre el talud de la montaña quedando aún medio auto dentro del manto de negro asfalto, lo que para mi esposa representó un momento de histeria, pues de hecho, sobraban razones tomando en cuenta lo que relato antes.

Yo, con mucha tranquilidad, le mencioné que deberíamos conservar la calma pues solo se trataba de un cambio de llanta pues todo parecía indicar que era una ponchadura lo que corroboré al bajar del auto y verla pegada al hierro del rin. Le señalé la forma en la que podía ayudarme, y la encaminé unos cincuenta metros adelante con una franela roja en sus manos para que hiciera señales a los automovilistas y choferes para evitar un accidente.

Ya colocada ella en un lugar estratégico, regresé dispuesto a realizar la talacha, para lo cual abrí la trompa del vocho para sacar la refacción, más. ¡Oh... sorpresa! Como todo buen principiante debería pagar la novatada, la llanta estaba totalmente vacía de aire, no la había checado desde la compra del auto y estaba a cero, simplemente nada.

Al darse cuenta, la histeria de mi esposa se tornó casi locura, pues los camiones de carga pesada pasaban y nos sacudían con tal fuerza que casi nos arrojaban al piso y mi cerebro luchaba por encontrar la solución. Esta fue que mi esposa fuese en otro auto al poblado más cercano a contratar una “talacha” y regresara para lo cual ya desmontada la llanta estaba en sus manos.
Ahora nos encontrábamos haciendo señales y pidiendo un raid, mientras la noche amenazaba por cerrarse en forma completa, y los altos pinos de la sierra, tomaban formas fantasmales que realmente atemorizaban pues carecíamos, otra vez la novatez, de una linterna que nos hiciera notar en la obscura lejanía y solo los débiles faros de emergencia de auto nos hacían notar. Pasaron los minutos que parecieron horas, sin que nadie osara detenerse, los autos pequeños por temor, los grandes por el peligro que representaba detenerse en la carretera. Así que solo quedaba esperar, mientras el canto de los grillos y el sonido peculiar de otros bichos nocturnos que iniciaban sus rondines nos ponían los pelos de punta.

Mi esposa, se armó de valor y me dijo: - Tendré que caminar un poco hasta encontrar un espacio donde no haya curvas en el camino, ahí de seguro podrán detenerse los autos sin peligro y podré hacer lo que me pides. En esa plática nos encontrábamos, cuando a lo lejos vimos acercarse a una persona en una bicicleta.

Mi corazón aceleró su ritmo, en tanto la persona se acercaba cada vez más, hasta llegar a nosotros, le explicamos lo sucedido y la persona, que era un señor de edad mediana y de rasgos finos, muy serio, sin contestar más que con leves cabeceos nos indicaba que fuese mi esposa a hacer señales a donde antes se encontraba, mientras a mi me indicaba que montara la llanta en el lugar donde debía estar, colocando enseguida los tornillos que ajustaban el rin con la masa, luego, sin saber de donde, sacó una bomba de carga de aire para llanta de bicicleta y mientras yo presionaba la boquilla de la bomba contra la boquilla de la llanta del auto con un paliacate, él empezó un simple bombeo que poco a poco fue introduciendo aire a la llanta, hasta ahora sin explicarme cómo.

En un breve espacio de tiempo, el vocho estaba listo para rodar. Yo quise agradecer al señor que se mostraba un poco mohíno al hablar con algo de dinero, a lo que se negó moviendo la cabeza lateralmente. Me despedí de él y al estrechar su mano sentí una calidez y paz indescriptible, de verdad no la puedo explicar. El se montó de nuevo sobre su bicicleta perdiéndose en la ya penumbra nocturnal, mientras mi esposa y yo, subimos al auto reiniciando la marcha hacia nuestro querido Colima.

Manejaba yo nervioso, por la posibilidad de que el aire no fuera suficiente para llegar hasta Tamazula, que era la población más cercana a donde haría que me revisaran las llantas para continuar sin problemas hacia mi destino. Mi esposa y yo, no cruzamos palabra alguna, el silencio parecía una gota de azogue dispuesta a romperse en mil pedazos. Solo acertábamos a mirarnos uno al otro sin saber que decir.

Llegamos a un taller de “talachas” y el encargado de inmediato cambió la que estaba dañada por una de “medio uso”, pues carecía de llantas nuevas y al desmontar la otra para revisarla, se dio cuenta de que el aire tenía la potencia exacta de presión y estaba en muy buenas condiciones lo que hacía innecesario su cambio, volviéndola a montar asegurando que no había necesidad de más nada.

Fue hasta entonces que rompiendo el silencio, nos dimos cuenta de que habíamos sido ayudados por un ángel, por una entidad enviada por Dios a quienes estando en peligro, confían en Él. Así lo comentamos y quedamos convencidos de ello.

A mis veintiocho años.

En el mes de abril de 1976, estábamos, mi esposa y yo, listos para el nacimiento del segundo de mis hijos, Efraín. Nos encontrábamos nerviosos pues mi primera hija nacida en septiembre de 1974, había nacido por operación cesárea y una doctora amiga nuestra, nos aseguraba que éste podría nacer sin necesidad de esa agresión médica al cuerpo de mi esposa, que ya había sufrido para entonces además, la pérdida de dos bebés, por lo que este en realidad era su cuarto embarazo.

La Semana Santa del mes de abril de ese año, fue sumamente problemática para ella, pues el bebé se había formado en el lecho materno pegado a un hueso de su cadera, lo que “ayudaba” al bebé a apoyarse para moverse dentro del útero golpeando con fuerza los órganos internos de su madre. Acudió a su última revisión el lunes por la mañana, habiendo la doctora descartado el nacimiento antes del fin de semana. Sin embargo, las cosas no fueron así. El sábado a las once de la noche, con puntualidad cronométrica, llegaron los dolores de parto anunciando la llegada del primer hijo varón, que aún no sabíamos que lo fuera.

De inmediato acudimos a la “Clínica del Sagrado Corazón” que era el único hospital privado que en ese entonces había en Tecomán, nuestro lugar de residencia, mi esposa fue ingresada y de inmediato se inició la búsqueda de la doctora que debía entenderse del parto, pues siendo de noche, en día inhábil y en fin de Semana Santa, era remoto encontrarla y más sin las comunicaciones con las que se cuenta actualmente.

Hasta las tres de la mañana se encontró a la doctora, aunque antes se había iniciado el probable trabajo de parto de mi esposa, con otro médico que no estaba al tanto de la historia clínica de ella. El doctor que actuaba, en realidad tiene la especialidad de pediatría y se veía temeroso de actuar en el área de ginecología, de hecho, no había médicos especialistas en aquella época en nuestra ciudad y los que realizaban operaciones quirúrgicas se trasladaban de las ciudades de Manzanillo o Colima. para cualquier intervención.

Fue así que la doctora llegó, aunque un poco “desvelada” por la alegría de las vacaciones que aún no terminaban y junto con el doctor que era propietario del nosocomio, luchaban porque mi esposa hiciera el trabajo en forma “normal” siendo ayudados por una enfermera cuñada del médico en tan ardua tarea.

A las cinco de la madrugada, ambos se dieron cuenta de que mi esposa, por más lucha, no podría dar a luz en forma natural, por lo que debería ser intervenida en una nueva operación cesárea. Pero había dos opciones: una era trasladarla a la ciudad de Colima, lo que por su debilitamiento físico y cansancio después de varias horas de esfuerzo, era muy riesgoso. La otra, era llamar a un cirujano y a un anestesista disponibles para que vinieran de otra ciudad, y fuera en Tecomán donde se realizara la intervención quirúrgica. Se me llamó para tomar opinión a lo que acepté la segunda opción.

Pedí hablar con mi esposa, habiendo sido autorizado, me coloqué una bata e ingrese en la sala de expulsión donde se encontraba, sentí un verdadero escalofrío pues había sangre en abundancia y la cabecita de mi pequeño hijo se encontraba visible en el canal de parto, mi esposa, desfallecida solo pudo decirme: - Mario, me siento mal. A lo que, aterrorizado, solo acerté a responder:: -Aguanta, todo saldrá bien, te lo aseguro.

Puedo asegurar que lo que sigue es verda:, en el sanatorio, no había oxígeno, no había médicos especialistas y solo había voluntad de parte de los médicos y la enfermera que asistían a mi esposa y de mi parte la seguridad y convicción interna de que todo saldría bien. A las cinco y media de la mañana, después de que el médico asistente fue al teléfono para localizar a los médicos disponibles y después de que oré al oído de mi esposa pidiéndole que tuviera fe, me dirigí a la habitación que le había sido asignada desde su llegada. Me senté al borde de la cama, cerré mis ojos y con un gran fervor y una fe infinita, pedí algo así:

“Madre mía de Talpa. Jamás he visitado tu templo y mi abuelita y mi madre siempre me han hablado de tus prodigios y milagros. Yo, desde lo más profundo de mi corazón, te llamo y te ruego, que muestres mi súplica ante Dios para que todo esto que estoy pasando sea un mal sueño, has que mi esposa y mi hijo se salven, pero si por alguna razón se necesita allá a alguien, que mi esposa se quede, señora mía, pues mi otra hija la necesita, Madre, si todo sale bien, entraré de rodillas con mi hijo en brazos hasta tus pies y seré uno de tus más fervientes devotos”. Después de esta breve comunicación, sentí cómo alguien se sentaba a mi lado en la misma cama, la percepción fue tan clara, que el colchón se ladeó hacia mi lado derecho mientras un hermoso olor a rosas, un bendito olor que jamás había percibido, llegó a mi sentidos dejando tras de sí una maravillosa paz y tranquilidad, para esto ya sentida antes.

Antes de las siete de la mañana y en menos de quince minutos, llegaron oxígeno, médico y anestesiólogo a resolver el problema del nacimiento de mi hijo Efraín, llamado así en honor a quien iba a ser su padrino de bautismo muerto en un accidente un mes antes. Fue tal la rapidez del caso, que mi hijo sufrió un corte en la espalda, dejado por el bisturí que penetró en las carnes de mi esposa con la urgencia del caso, dejando una marca indeleble de por vida en el cuerpo de mi hijo, como para recordar para siempre, que su venida fue gracias a la intervención de Maria ante Dios.

Luego de cumplir mi hijo, tres meses de edad, en satisfacción de mi promesa, de rodillas y abrazando a mi pequeño hijo junto a mi corazón, lo ofrecía a Dios y a Maria Virgen, poniendo en sus manos su vida, seguridad y felicidad. Desde entonces, soy “Talpeño” y mi hijo, que conoce de tan gran milagro, también acude con regularidad a postrarse a los pies de tan poderosa Señora.

Ir a Talpa, es de un regocijo extraordinario pues desde la llegada al pueblo, ahora ciudad, se siente una armonía espiritual indescriptible, su templo es un refugio de paz y se percibe un efluvio de buenas vibras proveniente de millares de peregrinos de muchas partes del país y del extranjero, que vienen a postrarse en oración ante la imagen de la Virgen María, agradeciendo los favores recibidos o entregando las peticiones personales y familiares. Todo en un ámbito de amor y cansancio del viaje, pues Talpa es un lugarcito hermoso perdido entre las inmediaciones de la Sierra Madre Occidental olorosa a pino, guayabas, sudores del camino y milagros.

A mis treinta y seis años.

En otro “vochito” había realizado un viaje de trabajo a la Ciudad de Guadalajara, Jalisco, este en compañía de mi compadre y amigo José Luis Cárdenas Guerrero, compañero de estudios de bachillerato y que a la postre laborábamos en la Administración Municipal 2003-2005 de Tecomán, Colima.

Regresábamos de ese lugar como a las cuatro de la tarde, por la antigua carretera de dos carriles a la altura del poblado de “Santa Anita” entonces una carretera que aunque peligrosa era de gran belleza, pues se encontraba en medio de una larguísima fila de esbeltos y frondosos eucaliptos que despedían su aroma aumentado por una lluvia pertinaz que nos acompañaba desde la ciudad.

Íbamos a un paso “regular”, es decir, sin ir de prisa pero tampoco al paso. A la altura del poblado, rebasé a un camión materialista al que soné el débil claxon del “vocho” con el fin de que al escucharnos extremara el chofer del camión sus precauciones. No obstante, éste hizo un temerario viraje hacia su izquierda en el momento en que había iniciado ya el rebasamiento. Sólo acerté a exclamar: - Dios mío... ¡Ayúdanos!.

Casi al chocar mi auto de frente con la parte anterior izquierda del camión, yo frené un poco por temor a dar la voltereta, mi compadre se asió de una asidera que estaba colocada en el tablero del auto mientras mi auto se deslizó suavemente en sentido contrario el claxon sonó de nuevo y el camión, milagrosamente reordenaba su dirección para dejarme pasar sin peligro alguno ya libremente.

Ambos guardamos silencio por mucho rato, miré a mi compadre de reojo y lo vi más pálido que nunca, pues de hecho, su color es de un blanco pálido aumentado por la impresión del momento vivido. El, religioso ex seminarista empezó a rezar anteponiendo el amén al líbranos de todo mal, del Padre Nuestro. Yo, por mi parte, solo pensé en el milagro que Dios había hecho en el momento preciso y volviendo a sentir aquella paz sobrenatural que siempre ha acompañado en distintos momentos de mi vida que he pedido o estado en medio de la intervención Divina.

Tardamos más de media hora, de seguro, para recuperar el habla, no paramos hasta llegar a nuestro destino, y desde entonces, jamás ha vuelto mi compadre a acompañarme a ningún viaje, pensando creo, en que el “mala pata” soy yo. Jajajajajajaja.

Con esto termino la narración de cuatro extraordinarios momentos que he vivido, sin contar otros muchos que sería largo enumerar, y algunos que quizás no he percibido, por esto y mucho más, siempre creído en la existencia de Dios. Ese Ser maravilloso que rige los destinos del universo con la maestría absoluta de quien es su creador.

Mario López Barreto.
Enero de 2007.

MIS MASCOTAS INFANTILES

Los amigos, después de la familia, son para el ser humano lo más importante, creo que son los seres que nos dan la identidad personal, pues son personas que realmente se identifican con uno. De hecho, el haber escrito sobre mis amigos infantiles, me hizo recordar pasajes de mi infancia que creí olvidados, y después de haberlo hecho, siento que los lazos de amistad que tuve para con ellos fueron tan fuertes que aún permanecen en mí.

No menos importante para el hombre, es tener alguna mascota que conviva con él en su vida y que lo haga sentirse responsable y querido. Generalmente, las mascotas son preferidas en la infancia, donde es más necesario ejercer la responsabilidad y compartir el cariño con todos los seres de la naturaleza.

No fui en realidad una persona de muchas mascotas, pues es necesario dar atención a los animales que conviven con nosotros, como decía mi madre: - Ellos comen, se enferman, necesitan estar limpios como nosotros.

Iniciaré por platicarles la historia de una perrita que llegó a mi vida cuando tenía yo, diez años de vida.

“La Loba”

Era el año de 1958, cuando llegó a vivir al barrio del Manrique, una señora que se llamaba María, tenía una hija llamada Santos y un hijo llamado José, éste último, tomó trabajo de Sacristán en el templo de La Merced, y su madre y hermana, hacían tortillas de maíz para vender en el mercado y en su propia casa.

Ellas tenían una perrita, de baja estatura, sin ser pequeña, más bien de alzada mediana, esta se cruzó con un perro de gran tamaño y cuando el producto de sus amores llegó al mundo, murió, dejando en la orfandad a cuatro animalitos de los cuales murieron tres y solo quedó una perrita semilanuda, color de canela, con los ojos color miel más hermosos que haya visto, realmente parecidos a los de un lobo por su color y aspecto.

Como las señoras debían atender su puesto de tortillas, era difícil atender a la perrita que no podía deglutir pedazos de tortilla como lo hacía su madre, por lo que yo, me apunté como criador de ese animalito que desde entonces se había ganado ya un pedazo de mi corazón. Así, robando a mamá un poco de leche, y habiendo comprado una tetera en la Farmacia del Pollo, le calentaba la leche, le ponía un poco de azúcar y tibiecita se la daba colocando la tetera a un envase de refresco, de donde con ansiedad sorbía hasta no dejar gota alguna.

Poco a poco, la perrita fue creciendo, y con ella el cariño que mutuamente nos empezamos a prodigar. Había leído yo en esas épocas, en Tesoro de Cuentos Infantiles de Selecciones, una historia donde se describía la vida de los lobos, su mirada y sus costumbres, su fuerza; me apasioné tanto de aquella lectura que el resultado fue bautizar a la perrita con el nombre de “Loba” su aspecto lo merecía.

Pasados dos años, la familia considerada propietaria de la perrita, tuvo que salir fuera de la ciudad, para radicar a otro Estado de la República. Doña Mary, así llamada por mí, me llamó para preguntarme si quería yo a la Loba, pues ellos no podrían llevarla consigo a donde iban.

Yo me sentí temeroso, pero a la vez con mucha ansiedad por la posible negativa de mi madre para aceptar el hecho, pues nuestra situación no era para tener que mantener una “boca más”.

Tuve que rogar mucho tiempo para que mamá aceptara que me quedara yo con la Loba, fue ahí donde me dijo: - los animales comen, se enferman, necesitan estar limpios como nosotros, si te haces responsable de ella, quédatela, solo que si no cumples, la regalaré a Don Toño el de la esquina que es amante de los animales.

Realmente agradecí a mi madre su disposición y le prometí cuidarla y hacer lo posible porque ella estuviera limpia.

A partir de entonces, el vínculo que nos unía a la Loba y a mí, se estrechó aún más y lo demostraba festejando con saltos y ladridos hasta mis más leves movimientos. Su lengua rosada, lamía mi mano cuando le daba trozos de tortilla untados de manteca de cerdo requemada o de restos de la comida familiar.

Saltaba de gusto ladrando, cuando veía que tomaba una cuerda y un machete para ir al campo a cortar leña para el consumo de la casa, pues entonces no había para petróleo o las modernas estufas de gas. Ella, mi acompañante, mi fiel amiga, era parte de mí y yo de ella. En el campo, siempre había arroyos caudalosos, charcas y retenes de agua en las ladrilleras donde chapoteaba gustosa para librarse del calor del verano.

De regreso, siempre delante de mí, mientras yo cargaba con el tercio de leña seca, se escabullía entre los arbustos persiguiendo alguna iguana, tezmo, tejón o alguna otra alimaña, que no pocas veces le dejaron un recuerdo en la cara o en el cuerpo que debía yo curar con limón y cal para una pronta recuperación.

Mi Loba creció más rápido que yo, obviamente aprendió a amar a sus semejantes y como consecuencia quedó preñada. Cuando llegó el momento del parto, entró junto a mi cama y con ojos llorosos y gemidos lastimeros, hizo que saliera con ella a su “rincón”, donde me pasé no menos de dos horas esperando la llegada de sus cachorros. Salió el primero, muerto, y ella se revolvía de dolor y trataba de alcanzar el cadáver de su hijito para lamerlo y hacer que volviera a la vida, salió otro, igual y otro hasta que desfallecida no pudo más y quedo rendida cuando salía el último de la camada. Tuve que sacarlo tomando aire extra en mis pulmones y un pedazo de trapo para halar de las patitas que asomaban, solo para darme cuenta que también había muerto ya el animalito.

Con asco y a punto de vomitar, coloqué los animalitos en una vieja caja de galletas y limpié como pude la suciedad que había pues mi querida Loba, yacía gimiendo en el suelo. Cavé un hoyo en el patio, al pié de un canahual, lo más profundo que pude, sepulté a los perritos poniendo sobre la caja unos pedazos de ladrillo y cubriendo el hueco con la tierra sobrante, me fui a descansar casi amanecido, mientras la Loba, quedó junto al hoyo, olisqueando y llorando lastimeramente por el dolor de haber perdido su camada.

Después de ese hecho, la Loba hizo de mí, una especie de ídolo, ella jamás quedo de nuevo preñada, se volvió, dijera mamá: - Machorra. Para mí fue un alivio, pues sabía que cuantas veces hubiera traído perros al mundo, iba a representar un verdadero problema. Nos hicimos más amigos y compartimos muchos, pero en realidad muchos ratos felices. De su parto me quedó el terrible disgusto cuando veo sufrir a un animalito y a mi querida Loba, el deseo de recuperar a sus hijitos enterrados en el lugar donde excavaba con angustia de vez en vez como queriendo sacarlos de su lecho.

Cuando terminé la educación primaria, tuve que hacer mi secundaria en una Escuela Nocturna para Trabajadores, la Secundaria No.2. Después de regresar de mi trabajo a las 5 de la tarde, regresaba a casa, me bañaba y libros al hombro salía hacia mi escuela donde entraba a las seis de la tarde para salir a las diez de la noche. Cuando estaba de regreso, en la puerta esperaba mi Loba, que saltando de gusto iba hasta media cuadra a encontrarme ladrando y olisqueando demostrando más amor que muchos humanos.

Los años se me vinieron encima, llegó el momento de trabajar en forma, dejé la secundaria pues había que ayudar a sostener el hogar que ya contaba con muchos miembros más. Tuve que salir fuera pues toda la familia trabajaba en el CAPFCE, una institución dedicada a la construcción de escuelas en los estados y había que desplazarse a pueblos y rancherías, donde desde luego, no podía llevar a mi perra, encargándosela a mamá que con amor la cuidaba, pues sabía del cariño que nos teníamos.

Los fines de semana que estaba yo en casa, eran su verdadero gusto, salíamos como cuando niño, al campo, a bañarnos al río, ahora yo en bicicleta y ella tras de mí o delante de mí, pues su edad y la competición eran desiguales. Pero de igual forma, nos disfrutábamos uno al otro.

Cuando en la edad se acumulan los años las consecuencias son obvias, llegó la juventud y la edad de la “punzada”, es decir, la edad en que el hombre, iguala los animales, busca la aceptación del sexo opuesto, ese esquema, hizo que mis tiempos con la Loba se fueran haciendo más espaciados y pobres, ya no era niño y mi perra lo entendía, esperaba simplemente echada en algún lugar permitido de la casa a que tuviera el tiempo suficiente de bañarla, de acariñarla y de hacer que saltara para alcanzar un trozo de carne asada o una tortilla untada en manteca que seguía siendo su delicia, lo que disfrutaba plenamente.

Cuando me casé, tuve necesidad de radicar en otra ciudad, vivía en casa pequeña y no pude llevarme a mi Loba, la que quedó al cuidado amoroso de mi madre que ya la amaba igual que yo, mis regresos se espaciaron mucho, pues solo iba cada mes a visitar a mis padres, e igual, mi loba esperaba fiel mi llegada, brincoteando y ladrando del gusto al verme. Ya no era la misma, no en balde habían trascurrido catorce años de que llegara al mundo, quedara huérfana y recibiera el alimento de mis manos de niño. Ahora era una perra anciana pero sin perder su dignidad hacía todo lo posible por desquitar el sustento, cuidaba la casa mientras dormitaba con un ojo, mientras por el otro, semiabierto, mostraba el color canela de su pupila ahora triste.
En 1978, cuando hacía veinte años que había llegado a mi vida, mamá llamó a casa para decirme que mi Loba, mi querida Loba, había amanecido muerta, se fue sin aspavientos, se fue humilde, y para mi sentir, triste por el olvido involuntario al que la sometí. Mamá se encargó de enterrarla en el patio de casa, cerca del lugar donde yacieron sus perritos. Si existe un Cielo para los animalitos, de seguro mi Loba andará por ahí, persiguiendo iguanas, tezmos o tejones, olisqueando bajo las piedras o refrescándose en las celestiales aguas, quizás esperando la visita de su amito, Mario.


“El Zarando”

En la infancia de un niño de familia pobre, los más gustos que puede darse éste, es disfrutar lo poco que posee y esto incluye desde un juguete hasta una mascota.

A lo largo de mi infancia, tuve que combinar el trabajo con el juego que en verdad eran pocos pues desde los doce años inicié ayudando en las labores del campo en la siembra de maíz donde mi padre incursionó y por lo cual aprendimos, mis hermanos y yo, la mayor parte de las actividades relativas, desde el “chaponeo”, el arado de la tierra, la siembra, la escarda, la paleta, el corte de hoja, el amarre, la pizca; entre otros. ¡Ah! pero también aprendimos a disfrutar los elotes tiernitos asados con hoja o “encuerados”, el calabacín cocido con leche, canela y azúcar, las “torecas” una especie de tortillas endulzadas con piloncillo hechas de elote duro y revueltas con natas de leche hervida, El dulce de calabaza sazona hervida con azúcar y miel de abeja acompañada con leche.

Por necesidades propias de las actividades de campo, que realizábamos después de terminar el año escolar, en el mes de junio, mi padre tuvo que comprar tres caballos, bueno en realidad eran jamelgos, flacos y de cierta edad, pero lo suficientemente fuertes para aguantar el duro trabajo de campo. Con ellos se araba, se recogía la cosecha, se acarreaba leña al hogar, se transportaba. Se hacía todo, vivían en el corral de casa y nosotros cuidábamos de ellos, les aseábamos su corral, les dábamos de beber, los cepillábamos y los domingos, días de asueto los montábamos para ir al Río del Salado donde pasábamos unas mañanas fenomenales, y especialmente los caballos y mi querida Loba que retozaba al lado de los caballos llena de contentura.

Cuando mi padre compró los caballos, nos pidió escoger cada uno de los hermanos mayores a uno de ellos, porque iba a ser nuestra responsabilidad cuidarlos. Yo me enamoré de uno de ellos al que llamé “Zarando”, aunque según me dijeron su nombre era “Tova” que no me gustó pues me daba la impresión de ser un nombre femenino, le cambié pues su nombre y le puse así por su forma de caminar medio “rara”. Caminaba, como en forma lateral, no de frente, lo que hacía que tuviera un paso menos golpeador, es decir era cómodo para montar sobre él y los ruidos de sus pisadas eran menos sonoros a diferencia de sus hermanos.

Mis cuidados y mi amor, lo hicieron reponerse rápidamente y fue sorpresiva la forma que tomó ya repuesto, parecía un animal de buena ascendencia. Era un poco más alto que el común, Su orejas enhiestas, de un color rojo fuerte vivo, con una estrella blanca en la frente, tres de sus patas tenían pelo blanco como si tuviera calcetines, su clin abundante así como el pelo de la cola, lo que me causaba problemas pues había una planta que producía una especie de “gusanitos” pegajosos que se le pegaban y me costaba un esfuerzo enorme eliminarlos con el cepillo. Y su paso. Ese paso del que me enamoré, suavecito, finito, cómodo.

Con el tiempo, y una vez terminadas las labores del campo, los animales eran utilizados para acarrear sobre sus lomos sendas cargas de leña, que en aquél entonces era el combustible más común entre la gente humilde, y se vendía entre $10.00 y $15.00 por carga, y cuando había poca demanda, nos montábamos sobre ellos para ir al río a jugar carreras, donde mi Zarando era siempre triunfador y sus triunfos los pagaba con pequeños trozos de azúcar de terrón robados a la alacena de mamá o un poco de sal que lamía con su lengua raposa de mi mano degustando plácidamente cualquiera de esos sabores que agradecía con un resoplido o un relincho o abriendo los belfos enseñando los dientes en una pseudo sonrisa bajando y elevando la cabeza como diciendo: - Gracias.

Pasaron dos o tres años después de su compra y una mañana vi a dos hombres extraños platicando con papá que era hombre de pocas palabras y menos explicaciones y los escuché hablando de los caballos. Corrí a donde mi madre y pregunté ansioso que pasaba. Mi madre, conociendo mi cariño y apego a mi noble Zarando, me abrazó llorosa y me dijo:

- Tu padre tiene apuros económicos, debe vender los animales para salir del bache. Fue toda la explicación que recibí, me quedé frío y me saqué de sus brazos para correr pues sabía que nada podía hacer al respecto. - Sabía de qué se trataba, - me dije, mientras de mis ojos escapaban lágrimas de impotencia, de coraje, de tristeza. Todo se conjugaba para terminar con una etapa quizás de las más hermosas de mi vida.

¡Mi querido Zarando!... Se fue a otros lugares, no sé adonde, se fue como llegó, silencioso y triste, de seguro estaría con personas menos amables, halando un arado o cargando leña sobre sus lomos, quizás ya no habría terroncillos de azúcar, ni puñitos de sal, tomados de la mano amorosa de un niño encargado de su cuidado. Ya no habría paseos ni baños en el río, ya no habría más limpieza de gusanillos de “mala mujer” que así llamábamos a la planta que los florecía, ahora quizás, solo habría trabajo y quedaba dentro de mi corazón de niño latente y guardado su recuerdo, como en un relicario.

No quise decir más. Me fui al corral donde había unas enormes higueras, me subí a una rama alta a llorar por el amigo que se fue para no volver más. Estoy seguro que ahora mi querido Zarando me espera en el cielo, donde habré de montarlo libre de las ataduras económicas que hacen que un papá rompa el corazón de un niño.

No he vuelto a tener una mascotas y no me he vuelto a apegar a ningún animalito porque mi corazón no soportaría, creo, la muerte de otra, he permitido que mis hijos tengan alguna, pero he visto que en esta época de encierro, las mascotas sufren más que los humanos y la verdad. ¡No lo considero justo!.

Mario López Barreto
Enero de 2007.

LA POLÍTICA DE ANTAÑO Y LA POLÍTICA DE HOGAÑO.

Por lo general, no me gusta hablar de política porque es una de las cosas en que por lo general, nadie sale de acuerdo, decía mi padre, -"entre amigos no hables: ni de política, ni de religión, ni de fútbol; mejor habla de mujeres y te irá mejor", pero por lo tiempos que vivimos es necesario sacar a flote lo que traemos encajado y que no nos permite respirar tranquilos.

Los políticos “viejos”, son atacados sin piedad, encarnizadamente como se da en la política actual, por lo menos en México. Aquí si se aplica la tesis maquiavélica de “el fin justifica los medios” y yo me pregunto ¿Cuál es el fin?

La política de antaño...

A partir del final de la revolución armada, hubo en nuestro México: malos, regulares, buenos y excelentes políticos, todos generalmente, salidos de un mismo partido, ¿qué la democracia era mala? Tal vez, pero muy barata, eso permitió sacar adelante al país del marasmo en el que se encontraba, y en 50 años se logró mucho, muchísimo más de lo que han querido opacar los actuales políticos, basta una vueltecita a las hemerotecas más prestigiosas de la Nación.

Luego vino el populismo, la corrupción, la cerrazón a las nuevas voces del partido y de la patria, la represión a los discordantes fueran jóvenes o viejos y el resultado lo tenemos todos a la vista. Un Cárdenas subió al partido a las alturas que jamás partido alguno ha tenido en la historia, y otro Cárdenas inició la debacle del mismo.

La Política de hogaño...

Hoy por hoy, la “buena democracia” nos cuesta tanto o más que otro de los poderes en que se divide el gobierno. México, es el país donde cuesta más caro que en ninguno los votos en cualquier elección sin importar el nivel de esta.

Tenemos un Instituto Electoral de primer mundo con resultados de inframundo, pero eso sí, todo es válido por la democracia, y yo también creo eso, aunque ofenden los sueldazos de los funcionarios que manejan los aspectos electorales, y quienes realizan verdaderamente la elección son los ciudadanos que no cobran por ejercer la última etapa del voto en las casillas ni el ciudadano común que ejerce su voto, más como obligación moral o legal que como fiesta de participación democrática, pues sabe que al final, de todas formas será el último en beneficiarse de los programas de gobierno, especialmente los obreros, campesinos y jóvenes que con verdadera ansia, esperan mejores perspectivas de vida. Para muestra, la fatal migración de lo mejor de México al país vecino... En más de un 70 por ciento, son jóvenes y mujeres que se van buscando mejores alternativas y un mejor futuro para sus familias.

La política actual, es una guerra sin cuartel, donde no se privilegian los asuntos del futuro de México, sino la lucha del poder por el poder. Ningún partido escapa, actualmente, a la corrupción en sus filas, a la denostación, al agravio. No se apuesta al acuerdo civilizado, al diálogo ni a la concertación en beneficio del país y sus habitantes, lo que uno propone el otro lo descompone y así...
A mi raros lectores, les pido mil perdones por incursionar en un género que no me ha sido dado, pero la verdad es que por hartazgo, hago uso de mi derecho de decir lo que siento pues de veras me encuentro harto, en verdad harto de toda la propaganda electorera, me encuentro desencantado de todos los políticos actuales que proponen cuestiones que por simple cordura son inviables, de los que festinan la caída de un partido como festinan los zopilotes la caída de una res enferma... ¡Guácala de perro! Como dicen mis nietos.

Bueno, ya me desahogué y me siento mejor... Como podrán ver, no es gran cosa mi aportación a la causa del nuevo México, pero por lo menos dejé constancia de lo que me parece un enfado... “eso de la política”.

Tecomán, Colima, 14 de marzo de 2006.

EL MATRIMONIO DE PAPÁ Y MAMÁ.

EL MATRIMONIO DE PAPÁ Y MAMÁ.

El matrimonio de papá y mamá.
  

Mi madre tenía quince años y a pesar de su edad, era una mujer completa, preparada física, aunque no mentalmente para afrontar la aventura de un matrimonio. Razones para esto, muchas: La opresión familiar que resulta de un padre celoso y exigente y de una madre más preocupada por enseñar, enseñar y enseñar los deberes caseros (algunas veces por la fuerza), más que por amor, sin tomar en cuenta que un ser humano, niño, sin importar su género, requiere: amor, atención, juegos, orientación; pero así era la vida en la álgida época posrevolucionaria.  Los muñecos de mamá, los fabricó con sus manos, con trapos usados les hacía vestiditos a mano, los arrullaba y cuidaba con el amor que posteriormente desbordó en sus hijos y a sus quince años, mamá se había convertido ya en una hermosísima flor a punto de cosecha.

A duras penas, estudió hasta el sexto grado, no en la educación oficial, sino con unas señoritas solteras mayores que dedicaban su vida a la enseñanza, todo por el celo del abuelo; pero sepan: mi madre al terminar sus estudios de sexto grado, sabía manejar correctamente la gramática; en matemáticas, las operaciones fundamentales eran su mero mole, sabía además regla de tres simple y compuesta, razones y proporciones, raíz cuadrada, superficies y volúmenes, en historia, dominaba fechas y conmemoraciones, bueno, bueno, bueno, una verdadera joya, lástima que el abuelo, simplemente dijo: -"Para limpiar nalgas de muchachos, no se requiere estudios". Como recuerdo de su infancia, me quedó un pequeño veliz de madera de cedro rojo, que era su encanto y en cual guardó los documentos importantes de la familia hasta su muerte, (gracias mamá, por tan bello regalo). Todos sus conocimientos, sirvieron, cuando nos ayudaba en las tareas escolares, dejándonos con el "ojo cuadrado" con lo que sabía. 

Mi padre fué, como todo joven de clase humilde, trabajador, creativo, y arriesgado, pero con tres grandes defectos, el vino, las mujeres y su gran gusto por la comida, especialmente por las carnes grasas que a la postre lo llevaron a la muerte.

Fue un autodidacta nato, solo tuvo educación formal hasta el segundo grado de primaria y a los dieciocho años, se robó la bella flor sayulense que era mi madre, no lo hizo a la brava, ¡no!... Jamás vi a mi padre forzar a nadie a hacer algo que no debía o quería, ni a nosotros sus hijos, jamás ví violencia física en la familia, y creo que mamá no lo hubiera permitido. 

Enamoró a mi madre con la complicidad de un hermano de ella, (mi tío Guillermo), que hasta la muerte de mamá, fueron inseparables en los buenos y en los malos tiempos y con papá se llevaron siempre bajo un clima de grandes amigos y algunas veces cómplices.  Papá, sacó a mi madre de casa de mis abuelos maternos y la depositó en casa de mis abuelos paternos como se acostumbraba, de donde salió mi madre vestida de blanco y cargada de ilusiones, muchas, muchísimas de las cuales, no se realizaron en gran parte por la inconsistencia de mi padre.

En el año de 1939,  llegaron a radicar a mi linda Colima,  donde nacieron,  después de haber perdido los dos primeros hijos, otros diez, de los cuales vivimos nueve: cinco varones y cuatro damitas.

Él, llegó a trabajar como sobrestante (capataz encargado de un grupo de doce trabajadores) en la construcción de la carretera Jiquilpan – Manzanillo, en su tramo El Naranjo – Manzanillo. Por aquél entonces, Colima solo se comunicaba con el centro del país solamente mediante el ferrocarril inaugurado en 1812 por el Presidente Porfirio Díaz, personaje que fue muy reconocido en esta región. Esta ramal del ferrocarril, aún existe tal cual fue construido en aquella época, así como sus bellísimas estaciones de piedra y puentes metálicos que han resistido las inclemencias del tiempo y los fenómenos naturales.

Al terminar la carretera hasta su destino, gracias al apoyo brindado por el presidente Cárdenas al principio y su sucesor hasta el final, algunos ingenieros y arquitectos quedaron prendados de las bellezas naturales y femeninas de la región y se avecindaron en Colima, conformando matrimonios y grupos de trabajo, donde en alguno de ellos, papá fue integrado, Así se inició la vida moderna de Colima, dejando atrás una época, que los que la conocimos la añoramos. 

La situación económica y política de la época de los años cuarenta a los sesenta, fue esencialmente difícil, más para quienes se iniciaban en la aventura del matrimonio, como mis padres. Papá hizo de mucho: Albañil, jornalero, peluquero, rentaba parcelas y las sembrábamos con máiz, frijol, calabaza, chile, pepino y cuanto se le ocurría al "jefe" (y en esta actividad participábamos toda la familia, especialmente los niños a partir de los ocho años).

Mi madre, apoyaba al ingreso familiar, lavando ropa ajena, como costurera (actividad que aprendió en forma empírica), pero sobre todo, estirando el gasto aportado por papá, a quien por ser oficial de muchas cosas, nunca le faltó el trabajo

Ambos, vivieron en Colima, Cuyutlán y Armería, finalmente radicaron en Colima donde se establecieron definitivamente en el barrio del “Arroyo del Manrique”, donde conocimos, en familia, la felicidad de poseer una casa y donde transcurrió la niñez y juventud de todos los hijos de la familia López Barreto.

En el año de 1984 falleció papá, en casa y rodeado de sus hijos, mamá sobrevivió hasta el año 2005 y murió de igual forma, , con una sonrisa en los labios, la sonrisa de los justos, de la paz y del amor.

Mario López Barreto. 

Lunes 31 de octubre de 2005.

 

 

 

 

 

 

CARAY... MURIÓ DON POPO NARANJO...

Hola...

¿Ustedes creen que las desgracias no llegan solas?... Yo sí.

El día 15 de junio, perdí a mi madre (ya se los conté), el día 12 de julio, a menos de un mes de distancia, después de salir de mi trabajo, estando ya tomando mis sagrados alimentos, me llamó un amigo para decirme... -¿Oye, sabías que murió el Popo Naranjo?... -No, le contesté, ¿luego de qué murió? -No, pues que de un infarto. Mira te aviso porque a las cinco de la tarde va a ser la misa y de ahí al panteón municipal el sepelio.

¿Y quien es Popo Naranjo?. Bueno es un amigo conocido en todo mi pueblo (Tecomán, Colima, México) Él fué hijo del único fotógrafo que había en Tecomán hasta hace como unos cuarenta años en que llegaron otros, tenía papelería, era oficial del registro civil, casamentero, arrendador, y dicharachero, se llamaba Don Zenaido, era de Colima de donde vino a radicar en la época de oro de la agricultura algodonera de Tecomán y siempre tenía una sonrisa amable, sabía ser discreto y orientador. Tuvo dos hijos Uno que es abogado en Colima, y Popo, que no estudió porque siempre vivió al lado de su padre.

Joven, casó con una hija de Don Jesus Gómez, rico terrateniente que se llama Isaura, Chagua para sus amigos... Con ella procreó un hijo y dos hijas, él sin estudiar y ellas profesoras en activo, actualmente.

Popo, cuyo nombre era Rodolfo A. Naranjo, fué un hombre amable, sin más vicios que el cigarro (como su papá), y jugar barajita... Eso que le llaman paco, y que se juega con cinco mazos de cartas españolas, para hacer un total de 200 cartas en conjunto (uta, hasta barajarlas da gueva). Puso un negocio de regalos y artículos deportivos junto a la presidencia municipal, donde todo mundo lo conocía, y su esposa Chagua, hacía piñatas hermosísimas, multicolores y de cualquier forma que se le ocurrían, payasos, pinos, flores, estrellas, animales; etc. Los diciembres, no se daba abasto para surtir los mcuhos pedidos de parte de los entonces fiesteros oficinistas, escuelas y papás que no veían completas las fiestas decembrinas sin la tradicional quiebra de la piñata.

Mi amistad, con él, vino a través de mi profesión contable, pues tuvo problemas de atrasos y sanciones, que le solucioné y desde entonces era yo el encargado de llevar las cuentas de tan pequeño changarro, sin cobro pues era muy pequeño en realidad y no me costaba trabajo alguno, el se desatendió del fromato para el pago de sus impuestos y derechos comerciales, y para él, eso fué un gran favor, de ahí su agradecimiento, favor que pagó con creces.

Posteriormente, vino mi matrimonio, llegaron los hijos con las constantes compras de uniformes, balones y otras chácharas solicitadas en el colegio donde estudiaron mis retoños. Ahí los conoció y los empezó a amar, fueron para él como sus hijos también, y siempre (como su papá), tuvo una palabra orientadora para ellos, una sonrisa amable y un regalito, desde un silvato, un pisapapeles, hasta una botella (ya de viejos por supuesto) de buen vino tinto. Mis hijos, como yo, lo extrañamos.

Bueno, tenía que describirles quien era don Popo Naranjo, para poder identificarlo y seguir con mi cuento: Sucede que estaba yo en la misa de cuerpo presente de don popo, cuando (chin), en plena consagración sonó mi celular, apenado salí del templo para contestar y era mi jefe, para pedir que me informara respecto a dos de mis empleados en la oficina que según sus familiares, no habían regresado a su casa después de salir de su trabajo.

Salí de inmediato después de la misa, para acudir con los demás compañeros de oficina y fué una de ellas quien me dijo que mis empleados: uno de 21 años y el otro de 26, habían sido asesinados en el mismo vehículo de uno de ellos.

¡Ay Dios!... Acerté a decir solamente. Desde ese momento y hasta 48 horas después, fué visitar velorios, panteones y juzgados... ¿Por qué será que las desgracias no llegan solas? ¿Alguien allá arriba, juega con nosotros? ¿Es justo?... No sé. Afortunadamente se aclaró el motivo de las muertes de ésos dos jóvenes prometedores, justo cuando iniciaban a vivir, y todo fué a manos de un loco compañero de escuela de uno de ellos, según, por diferencias con él. No se vale.

Les cuento esto, porque creo que vale la pena reflexionar sobre los valores que estamos transmitiendo a nuestros hijos, ni duda cabe que: la influencia televisiva, el cine, la prensa y el consumismo, están acabando con nuestra juventud. ¡Lástima!

Descanse en paz don Popo Naranjo, un viejo querido en su pueblo, padre de familia y buen ciudadano, y descansen en paz tambien, ésos chavos que no podrán ver nacer a sus hijos, que no podrán participar en la construcción de un nuevo México, todo por un chavo loco que no supo conducir sus diferencias a través del diálogo.

Mario López Barreto.
1 de septiembre de 2005.

MI MADRE...

MI MADRE...

"Mamá Tolla"

Ella fué originaria de Sayula, Jalisco, lugar de donde la tomó mi padre a la edad de 15 años cuando apenas brotaba a la juventud, como una rosa de las muchas que se cultivaban en el huerto de su casa. Mi madrecita fué mestiza de origen, llevó en su sangre, la herencia de la raza blanca del abuelo Pascual y la gloriosa y bendita herencia indígena de la abuela Lupe.

Sus padres, rígidos a más no poder, la educaron bajo las exigencias de la época y las normas de la Iglesia Católica. Nunca se le permitió salir si no era acompañada de alguno de sus hermanos y siendo uno de éstos, amigo de mi padre, les permitió una relación que acabó en matrimonio y que perduró durante 45 años hasta la muerte de él.

Su matrimonio fructificó en nada menos que doce hijos “Uno por cada apóstol” según mi abuela paterna, muy dada a relacionar las cosas de la iglesia con lo cotidiano, todos educados hasta donde ajustó el presupuesto (que era poco), pero convencidos de que el trabajo honesto, la determinación, el esfuerzo, la persistencia y el sacrificio son la base para el verdadero éxito.

Una vida de trabajos duros y penurias, no puede llevarse adelante si no se tiene la convicción esencial del respeto a sí mismo, de la integridad y de la lealtad al ser amado y a la familia formada. Así fue la vida de mi madre junto a mi padre, sin quejas, ni pleitos, ni reclamos, simplemente una vida de cooperación mutua, donde tuvo que trabajar brazo a brazo, para colaborar en la formación de los hijos, donde ella, fue ejemplo de virtudes y amor a los suyos y a sus semejantes.

Una sola anécdota, descubrirá el grueso calibre de doña “Tolla” mi madre: En octubre de 1959, cuando un destructor ciclón asoló a nuestro Estado, el hecho fue cubierto en lo correspondiente por la radio. Mi madre, entonces, se encontraba en la ciudad de Guadalajara, atendiendo a uno de mis hermanos (Francisco Javier) que se hallaba recién operado de una agresiva osteomielitis en un sanatorio particular, teniendo consigo también al entonces menor de la familia (Jorge) de menos de dos años.

En la radio del sanatorio, escuchó que Colima había casi desaparecido del mapa por un terrible ciclón que azotó todo el estado, por lo que aterrada, encargó a mi hermano enfermo a las enfermeras y médicos de la institución, quienes amorosamente se comprometieron a cuidarlo, y cargando a su otro chiquillo en brazos se vino en autobús hasta Pihuamo, Jalisco, de ahí, increíblemente se vino a pié cargando al mocoso hasta el puente del Río El Salado, ya en Colima, donde subiendo en una troca llegó cansada y ampollada de sus pies a lado del resto de sus hijos, pues viviendo a un lado del Arroyo del Manrique, pensó que realmente no nos encontraría. Cuando nos vio a todos sanos y salvos, soltó el llanto, comió un poco y regresó a Guadalajara al lado del otro hijo enfermo que le necesitaba.

¿Cuántas proezas hará una madre por sus hijos en peligro? Nadie, jamás nadie será capaz de cuantificarlas, lo que sí es cierto es que mi madre realizó no una, sino miles, por quienes ella decía: -"son carne de mi carne y sangre de mi sangre".

Si mi padre me llenó de orgullo, mi madre agregó amor al coctel, decenas de veces la vi repartiendo el pan a sus hijos que clamábamos insolentes (en la época mala) mientras ella, volteándose, bebía los vientos, y con mano trémula enjugaba del rostro con la punta de su mandil una lágrima que aún hoy me quema el sentimiento, como quema el té de albahaca, hierbabuena, estafiate, epazote o manzanilla caliente con que nos curaba todo tipo de dolores, a los que agregaba una oración y un cariñoso aunque tosco masaje, porque decía: -Aguante mijo, que los hombres no lloran.

Ella nos educó en los valores familiares de honestidad, tolerancia, respeto y amor a nuestros semejantes pero "a punta de cuerazos", tenía siempre a la mano, un chicote de cuero crudío y nunca faltaron como justa justicia a nuestras maldades, "tres cuerazos tres" (como papeleta de los toros de la Villa) en el lomo o donde calleran, total, no había tiempo para calcular espacio y cuando llegaba "el golpe" dejaba moretes donde caía. De tanto cuerazo, creo que nos curtimos mis hermanos y yo, porque, o ella perdía fuerza o nosotros no sentíamos los trancazos. Es más, creo que nos dolía más un regaño con sus correspondientes lagrimones de su parte que una tanda de tres cuerazos bien ganados; ¡ah! eso duró hasta que nos salió el bigote, ya después eran simples regaños o consejos, hasta que ella nos faltó. Creo que si ella hubiera sido mamá en esta época, con toda seguridad: La Policía Ministerial, el DIF, la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Pía Sociedad Contra el Maltrato de Niños, la hubieran puesto bajo rejas y condenada a cuatro cadenas perpetuas. Jajajajajajajaja.

¿Secuelas? ¿Traumas? ¿depresiones?... Ninguna y de ningún tipo porque la corrección amorosa a tiempo (aunque sea dura), hizo de nosotros seres humanos completos, conscientes de que "el que la hace, la paga".

Entre cocina y máquina de coser, entre ayudas, pedimentos y ofrecimietos al gran Dios, entre risas y lágrimas, hijos, nietos y bisnietos, transcurrió la vida de mi madre, hasta que el 24 de diciembre de 2004 inició la etapa final de su vida, tras una leve embolia cerebral sin sufrir ninguna enfermedad mortal le llegó una depresión terrible,se cansó de vivir, simplemente se negó a comer y poco a poco se nos fué muriendo... Tal vez se piense que sus hijos no lucharon por su vida, pero no, sí lo hicimos, sólo que cuando un ser humano toma la decisión de reunirse con su Dios y con los suyos, vanos son los esfuerzos médicos, familiares y de todo tipo; cuando llega la aceptación a la muerte y el deseo de descansar en un verdadero descanso no hay nada por hacer.

Por fín el 15 de junio de 2005 por la madrugada... doña Tolla partió a reunirse con su creador, a reunirse con el esposo que amó, con sus padres, hermanos e hijos que se le adelantaron. ella murió con una sonrisa en los labios, la sonrisa de los justos y de los que se van satisfechos de su propia vida, de sus propios logros, y los de mi mamá, fueron muchos, muchísimos.

Aquí me llega el recuerdo de un poema hecho una canción hermosa, es de Facundo Cabral y que creo pudo haber sido el pensamiento final de mi madrecita:

Perdóname señor
pero a veces me canso
a veces me canso
de ser un ciudadano.

Me cansa la ciudad
y las oficinas
me cansa la familia
y la economía.

Perdóname señor,
estoy harto de este infierno
de este mercado mediocre
donde todo tiene precio.

Perdóname señor
pero yo me iré contigo,
a recorrer tus montañas
tus mares y tus ríos.

Perdóname señor,
pero a veces yo pienso
que tienes para mí
algo mejor que esto.

Perdóname señor,
no quiero ser un ciudadano
yo quiero ser un hombre
como Tú me has creado.

Sí, mi madre decidió no ser más una ciudadana preocupada por la economía ni por la familia ni por el mugre mercado en el que vivimos, que lo mismo compra cosas que conciencias, sí, mi madre prefirió ir a recorrer las montañas, los campos floridos, los mares y los ríos de Dios, decidió acercarse al Árbol y al Río de la Vida y sí, sí creo con firmeza que así es y sé tambien, que Dios le preparó algo mejor que ésto. Adios madrecita linda. Descansa en paz.

Mario López Barreto.
1 de septiembre de 2005.

LA ABUELA LUPE...

Hola... Hoy es 19 de agosto de 2005.

Les cuento de mi abuelita Lupe... Una señorona, indígena al cien por ciento, morena, de nariz recta (curiosamente no achatada como correspondería a su raza), seria (con la seriedad propia de nuestros antepasados), con el sufrimiento marcado en el rostro. Ella fué la madre de mi madre, de quien mi madre heredó, nada menos que su carácter adusto, su nariz y su amor por el trabajo y la Virgen de Guadalupe, por los hijos, por su pueblo y por su gente, como corresponde a una buena sayulense.

Al igual que el abuelo Pascual, su esposo, fué originaria de Sayula, Jalisco, ese pueblecito que les describí cuando les hablé de él. De ella recuerdo, más, mucho más que del abuelo, pues le sobrevivió muchos años y la seguimos visitando en su casa de Sayula, una casita de tan solo cinco metros de frente y cincuenta de fondo... ¿Se imaginan ustedes? pequeñísima, laaaaaarga, pero eso sí llena de árboles frutales, les cuento: Había limas chichonas, limones, granados que en tiempo frutal se abrían de maduros y enseñaban sus dientes rojísimos que brillaban al sol con su color de sangre; había duraznos criollos, de ésos de los que habla la canción "Me he de comer esa tuna", de corazón colorado; Había manzanos y aunque no lo crean tejocotes de la puritita sierra, y flores... Muchas flores: rosales, gladiolos y margaritas, jazmines, huele de noche, hierbas de olor como la albahaca, tomillo, romero, estafiate, epazote, que servía para cocer frijoles y para darlo en tés para desterrar toda clase de lombrices, y orégano grueso para el caldo de pollo... Total, por las noches o al amanecer, era un olor exquisito, dulce, suave como huelen las casas mexicanas.

Casi al fondo de la casa, estaba la noria para sacar el agua, con una pila anexa la que había que llenar a pulmón, para dar de beber a las mulas del abuelo, que regresaban tarde sudorosas por el el trote del camino de la sierra, de donde se traía el pulque o los canastos de pitayo o las cargas de maiz de la cosecha. Mis tíos, hombres, quedaron fastidiados de tanto sacar, sacar y sacar agua del pozo, para las bestias, para el uso y para el riego del huerto familiar, de tan profunda la noria, al asomarse al brocal, solo se podía distinguir al fondo, un espejo de danzante con el brillo plateado del reflejo de la luz del sol o de la luna. Así recuerdo la casa de la abuela Lupe, nunca sucia, nunca sin flores, nunca sin frutos, nunca sin el altar a Santa Maria de Guadalupe, una impresión fiel de la que se venera en el Santuario Guadalupano de ese pueblo.

Cuando íbamos de visita a su casa, generalmente los domingos de ramos que es la fiesta mayor del pueblo, nunca faltaban las cajetas, porque han de saber que en Sayula, las cajetas de leche quemada, son más exquisitas que las de Celaya, de éso yo puedo afirmar pues me he deleitado con ambas. Mi abuela, también, tenía un colección de cuchillos y machetes (estos eran del abuelo) fabricados por los hermanos Ojeda que en el occidente del país tienen fama de ser los mejores, fabricados a mano, con el mejor acero de México y salidas de las manos de éstos maravillosos artesanos que además, fabrican toda clase de hebillas para cinturón, espadas para bastón, y no sé que tantas cosas más.

Ahí en casa de mi abuela, leí con la curiosidad propia de los niños, los versos prohibidos del "Ánima de Sayula", que eran escondidos bajo llave en una petaquilla de cedro rojo y que era parte de las "donas" del matrimonio de la abuela.

No se cómo llegaron a mis manos, creo uno de mis primos los "birló" de la petaquilla y corrimos a escondernos para leerlos y más o menos dicen así:

""EL ÁNIMA DE SAYULA"

En un caserón ruinoso
de Sayula en el lugar,
vive Apolonio Aguilar,
trapero de profesión.

Hace tiempo que padece
hambre voraz y canina,
y por eso está que trina
contra su suerte fatal.

No se emborracha ni juega;
sólo comer es su vicio,
mas va tan mal el oficio
que ni para pan le da.

Cuatro tablas, dos petates
un bacín roto de barro,
cuatro cazuelas y un jarro
son de su casa el ajuar.

Su mujer y sus hijuelos,
macilentos y hambreados,
con semblantes demacrados
piden pan con triste voz.

¿Pan allí? ¡Ni por asomo!
Hambre sí, disgustos mil
en aquel chiribitil,
a pasto y a discreción.

Llanto sólo de miseria,
que goteando noche y día
apagó dejando fría
la ceniza del hogar.

Por eso el trapero esconde
entre sus manos la cara,
maldice su suerte avara
que le causa tal dolor.

Y fijando en su consorte
la penetrante mirada,
con voz grave y levantada
de esta manera le habló:

"Es preciso que ya cese
Esta situación horrible...
Vivir así no es posible,
harto estoy de padecer.

Me ocurre feliz idea,
que desde luego te explico;
esta noche me hago rico
o perezco en la función.

Tú sabes que en esta tierra
entre la gente de seso
se cuenta cierto suceso
que ha causado sensación.

Se dice, pues, que de noche,
al sonar las doce en punto,
sale a penar un difunto
por la puerta del Panteón.

Que las gentes que lo ven
huyen a carrera abierta,
y todos cierran la puerta
encomendándose a Dios.

Que por fin un desalmado
se encaró ya con el muerto,
mas de terror quedó yerto,
patitieso y sin hablar.

Esto lo aseguran todos
y mi compadre José
me ha jurado por su fe
que también al muerto vio.

Me asegura que ese muerto
tiene la plata enterrada
y busca gente templada
con quien poderse arreglar.

Y me aconseja que yo,
deponiendo todo miedo,
acometa con denuedo
la empresa del fantasmón.

Pues bien, me siento con bríos
para hablarle al mismo diablo;
a ese muerto yo le hablo
aunque fallezca después.

Mucho peor es morir de hambre
que morir de puro miedo,
y si yo con vida quedo
Seremos ricos después."

"¡Por Dios, Apolonio! -dijo
su mujer muy aflijida-
No juegues así la vida,
deja a los muertos en paz."

"Señora, no retrocedo.
Es una cosa resuelta;
si pronto no doy la vuelta
prepara mi funeral".

Dijo... y con paso veloz.
pálido como un difunto,
salió de su casa al punto,
camino para el Panteón.

Envuelto en tinieblas yace
de Sayula el caserío,
y un aspecto muy sombrío
allí reina por doquier.

Lóbrega la noche está
y al soplo del viento frío
gimen los sauces del río
con quejumbroso rumor.

No se oye una voz humana
ni el más ligero ruidito;
sólo lejos el aullido
pavoroso de algún can.

Algún pájaro que pasa.
por las tinieblas perdido,
lanza fúnebre graznido
al ir tras de su nido en pos.

Camina, pues, atrevido,
aquel hombre de faz yerta,
y por fin se ve en la puerta
del tenebroso panteón

la silueta del trapero,
que a la ventura de Dios
va de la fortuna en pos
hasta vencer o morir.

Por fin de repente suenan
doce lentas campanadas,
cuyas notas compasadas,
vibran con sordo rumor.

Notas lentas y solemnes
cuyo sonido retumba
como el eco de una tumba
en el pecho de Aguilar.

Cruza el dintel un fantasma,
mudo, rígido, sombrío,
como el sepulcro más frío
y horrible aborto de horror.

Lleva cubierta la faz
con negro y tupido velo,
y arrastrando por el suelo
lleva también un sudario.

Aguilar, de espanto yerto
y erizados los cabellos,
con agitado resuello
corre tras de la visión.

Haciendo un supremo esfuerzo,
cual si jugara la vida,
con su voz despavorida
de esta manera le hablo:

"En nombre de Dios te pido
me digas cómo te llamas,
si penas entre las llamas
o vives aquí entre nos.

¿Qué buscas por estos sitios
donde a los vivos espantas?
Si tienes talegas: ¿cuántas
me puedes proporcionar?"

"Me llamo Perico Súrres
-dijo el fantasma en secreto-
Fuí en la tierra un buen sujeto,
muy puto mientras viví.

Ando por aquí penando,
en busca de un buen cristiano
que con la fuerza del ano
me arremangue el mirasol.

El favor que yo te pido
es un favor muy sencillo:
que me prestes el fundillo
tras del que ando siempre en pos.

Las talegas que pretendes
aquí las traigo colgando;
ya te las iré arrimando
a la puerta del fogón..."

Dijo...y cual sombra fugaz,
tan rápido como el viento
tras las tapias del Convento
el sombrero se perdió.

Mudo de sorpresa queda
el pobrecito trapero,
y echando al suelo el sombrero
de esta manera exclamó:

"Por tres mentadas de abuela
y por la madre de Gestas
¿qué chingaderas son estas,
las que me pasan a mí?

¡Vengo lleno de esperanzas
a buscar aquí la vida,
y la suerte maldecida
me depara un lance atroz!

No tener yo mas alhaja
que la alhaja del fundillo
¡Y que me la pida un pillo
que viene de la eternidad!

Yo no sé que diablos pasa,
pues ignoro con quien hablo;
o este cabrón es el diablo,
o es mi compadre José.

Lo que me sucede a mí
Es para perder el seso;
Si los muertos piden sieso,
los vivos ¿que pedirán?

Buena fortuna me hallé
en esta tierra de brutos.
Donde los muertos son putos
¿qué garantías tengo yo?

Esto es cuanto debes dar
por las crestas del Demonio:
¡Si lo aflojas, Apolonio,
de aquí sin culo te vas!"

Así el trapero exclamó
muy pensativo y mohíno
Del pueblo tomó el camino
y en sus calles se perdió.

Y es fama que cuando oía
hablar del aparecido,
receloso y precavido
se ponía la mano atrás.

MORALEJA:

Lector: si en alguna ocasión,
y por artes del Demonio,
te vieres como Apolonio
en crítica situación;

o si tropiezas acaso
con alguna ánima en pena,
aunque te diga que es buena,
no te descuides, lector.

Y por vía de precaución
llévate como cristiano
la cruz bendita en la mano
y en el fundillo un tapón.

Jajajajajajaja............

Siguiendo con el relato de mi abuela Lupe, he de decirles, que llegó el día en que todos sus hijos se casaron y mi madre, mujer verdaderamente amorosa, grande y fiel, la recibió en su casa hasta su muerte a los 66 años.

La abuelita Lupe, humilde pero trabajadora, terminó sus días ayudando a mamá en la cría de los nietos, pues mi madre, debía coser ropa ajena (era costurera) durante casi todo el día, con el objeto de ayudar en la economía familiar, donde había muchas bocas que mantener y pocas entradas de dinero. Así eran los álgidos y miserables años del México de los años cincuentas.

Recuerdo: Tenía yo como 15 años, una tarde al regresar del trabajo, encontré a mi madre muy preocupada por la salud de su madre, me pidió que no fuera a trabajar al día siguiente para que la acompañara, envió mensajes a los hijos ausentes como presintiendo la fatalidad de la enfermedad de la abuela. Pasamos toda la noche en vela, al otro día, como a las once de la mañana, me encontraba yo levantándole el cuerpo y la cabeza porque así lo pedía, y en mis brazos quedó dormida para siempre... Curiosamente, me pedía que le diera masaje en los pies, las piernas, el vientre, el pecho, pues no los sentía, y así poco a poco (creo yo), fué sintiendo morir su cuerpo, hasta que en el último suspiro, solo acertó a decir ¡Dios mío, ayúdame!... Y murió.

Mario López Barreto.
19 de agosto de 2005.

(Agradezco a un amigo muy especial, que me hizo el favor de proporcionarme completos los versos del "Ánima de Sayula", pues lo que recordaba no era ni la quinta parte... Gracias hermano, sin tu ayuda este relato estaría incompleto)."

MI ABUELITA PAULITA

MI ABUELITA PAULITA

Hola...

Hoy es martes 10 de agosto de 2005, y me dió por recordar a mi abuelita Paula, sí la esposa de mi abuelo Isidro, el viejito chupador y parrandero de mi historia anterior, ambos papás de mi papá. De pequeño, yo no podía pronunciar su nombre, según me contó mi madre, y le decía abelita pútala... jajajaja, cada vez que le decía así ya de viejo, se encorajinaba, pues me decía que se imaginaba, no se que cosa....

Ella fué originaria de un pintorezco pueblecito de Jalisco, llamado Tapalpa... Antes muy humilde, hoy un emporio turístico de montaña, con hoteles, albergues, restaurantes y ¡Claro discoteques!... Uta madre, nada se escapa de esa modernidad que aniquila y hiere los sentidos, como si no hubiera formas más sanas y hermosas de divertirse y descansar.

Su familia era humilde, dedicada a la extracción de la trementina, que es la savia de los pinos, con la cual se fabrica el aguarrás, que es un líquido muy inflamable que se utilizaba (ahora se usa el thiner) mucho en carpintería, en pintura, en medicina natural y no se en que otras madres. También en tiempos de aguas, se sembraba el maíz, que una vez cosechado se guardaba en trojes elevadas, para el consumo del próximo año, se cultivaba también el chile, la calabaza y los bules, pues no debían faltar en la casa de ningún campesino, pues al no inventarse el plástico aún, servían para llevar agua a las labores del campo, para chupar el aguamiel de los magueyes que después se habría de transformar en el exquisito y nutritivo pulque.

Se crió a la par de otras dos hermanas: María y Francisca... correteando gallinas y borregos entre los pinares, ocotales, encinales y mezquitales, lacerando sus carnes con espinas de maguey, cuando había que sacar los huevos que la gallinas necias ponían en los lugares más recónditos tratando de ponerlos a salvo del hambre de sus dueños, y así empollarlos lejos de las miradas traviesas de los niños y niñas del lugar.

La imagino junto a sus hermanas como ninfas del bosque, con sendos ramos de flores silvestres, hermosas, como sus caritas y su alma misma. Esos ramos a los que añadían, sin duda, ramas de poleo, anísillo, retama y romero del campo e irían a adornar el altarcito que no faltaba nunca en las casas de los pobres, con las imágenes de la Virgen de Guadalupe y el Sagrado Corazón de Jesús, pero sobre todo irían a perfumar el interior de la casita humilde hecha de adobe y tejas de barro cocido, rojas, alegres, que contrastaban con la seriedad del barro adobino, y el piso pulido a mano con tierra blanca de la falda del cerro. ¡Ah!... Además se quemaba flor de Santa María, amarilla y con un olor mejor que el de el maestro limpio de hoy, sí ese del genio pelón. Pero nada se comparaba con el olor a tierra húmeda que se esparcía en el ambiente a las primeras lluvias... No nunca, aún hoy, procuro de vez en vez, comprar un jarro de barro y beber agua en el... mmmmm Ni modo Ciel y Santa María y otras marcas de aguas, nunca será igual. Por las noches, el interior se alumbraba con velas sebo de res, con mecheros de querosene o simplemente la gente se levantaba con los primeros rayos del sol y el canto del gallo y se acostaba al oscurecer, después de rezar el santo rosario y se gastaba menos el combustible, pues había que ahorrar lo más que se pudiera.

Al frente, un jardincito, lleno de rosales, de amapolas (aún no era flor prohibida), de todos los colores que puedan imaginarse: blancas, lilas, rosas, rojas, amarillas, moradas y no faltaba el zempaxochitl y el tacote, las glisinias, los jazmines, el huele de noche, la sobre la montaña y las hiedras en tiempos de aguas... en ocasiones se sembraba un minúsculo herbario u hortaliza donde había sembrados: rábanos, lechugas, cebollas, chiles, calabaza de jardín, entre otras verduras y hierbas de olor como la hierbabuena, el perejil, el cilantro, la menta, la ruda, el orégano, el epazote, el estafiate, todos con su respectiva carga sanitaria, pues antes no había tantos doctores y menos especialistas, si acaso hasta Guadalajara o México, y eso era para ricos... Se caminaba por vereditas, pero ahí las familias eran felices, unidas en torno a sus integrantes y a Dios, fieles a sus creencias, tanto, que esa parte del estado de Jalisco, fué pródiga en soldados cristeros y en esposas fieles y amantes.

Al fondo, un corral, donde estaban los pollos, los puercos en su respectivo chiquerillo hecho de palos, y hojas de árboles de encino, y más al fondo, el trascorral, donde descansaban las bestias, después del trajín de la siembra, y pegados a los cercos de palos o de piedras, árboles de durazno, pera, manzana y tejocote... uyyyyy el exquisito dulce de tejocotes... Mmmmm rico... allá en el trascorral se resguardaba bajo un tejabán, la leña de encino o de roble o de perdida de pino, que seca podía esperar por años para ser consumida... Nada de gas, pura rama muerta de árboles caídos por el rayo, la fuerza del viento o por la edad...

De por ahí a los 17 años, Don Isidro cortó esa bella flor que era mi abuelita... La sacó de blanco de su casa, como correspondía a un hombre y una mujer de bien... La imagino, caminando a pié de su casa a la iglesia, donde el cura bendeciría su unión, con un ramo de tacotes blancos en la mano, y al hombre, endomingado, de calzón y cotón o camisa de manta cruda, blanca, contrastante con la flor de tacote en la mano de la abuela y de huarache nuevo. ¿Su viaje de bodas?... Jajajajaja entonces no se usaba eso... Después de una comida de gallina rellena, unos vasos de pulque curado y aguamiel para las mujeres... De ahí al jacal preparado por el hombre, para irlo transformando en casa, poco a poco, iba a repetirse la historia y a esperar la felicidad de los hijos, los hijos que Dios dispusiera mandar al seno de la nueva familia.

No se mucho de la vida juvenil de ellos... pues yo los conocí realmente a partir de mis cinco años, edad de la que apenas queda cierta remembranza. Pero si recuerdo, que me vivió hasta mis treinta y ocho años, y en ese lapso, la disfruté como persona, como guardián y como cocinera. MMMMMMmmmmmmmmmmmm. Recuerdo sus guizos: Capirotada, caldo de pollo criado por ella, tarta de garbanzo y miel, compota de manzanas, es más, hasta los pinches frijoles tenían un toque especial, con epazote, bola de masa y en olla de barro cocidos en leña, el santo olor de las tortillas hechas a mano, machitos de tortilla de maíz caliente y sal... Mmmm una exquisitez.

De su vida en matrimonio, lo que recuerdo es, una unión con muchas penurias, las penurias de la época posrevolucionaria, pero felices de ser y de estar, pues entonces, ser y estar, era ganancia. tuvieron 14 hijos, de los cuales solo les vivieron, que yo recuerde cinco: Lupe, Carmen, Rubén (mi papá), Juan y Socorro. Todos ellos gente de bien y llenos de bondad.

¡Ah!... Una cosa... Esa zona de Jalisco de donde era ella, fué pródiga en curas, pertenecía o pertenece al obispado de Colima, y como solo en Colima ciudad, había seminario, mi abuelita, ya casada, viviendo en Colima, era Sanjuanera de todos los seminaristas de sus lares que podía... es decir, les daba comida, les lavaba y planchaba sus ropas de a gratis... ¿Y saben qué?... Mi abuela ya de viejecita y en la cama, jamás recibió la visita de un seminarista o cura de ésos... Jajajajajajaja. Pero se llevó la satisfacción de servir... a ellos y a Dios. ¡Ah!... Y otra cosa... Quiso hacerme cura a mí.... Jajajajajajajajajajajajaja, eso sí me da risa ahora, yo no sería capaz de guardar celibato ni en la cuaresma, pobre de mi abuelita, era en verdad una verdadera joya, montada en un corazón de oro puro.

Crió nueve nietos, de dos hijas que murieron jóvenes, sin quejas ni pesares, pues según ella, era su Cruz y había que llevarla con dignidad. Murió a los 94 años, lúcida, feliz del reencuentro con su esposo y con TODOS sus hijos, pues tuvo la fortaleza de echarlos por delante a todos ellos, no dejó a ninguno, salvo como ochenta nietos y otros tantos biznietos y tataranietos, creo, jajajajajajaja, prolífica la viejecita.

Bueno por hoy es todo... Ojalá y les haya gustado leer de mi abuelita, les prometo que voy a seguir contando de mi familia, hasta llegara a mis nietecitos... Ojalá, si Dios quiere.

EL ABUELITO ISIDRO

"EL abuelo Isidro"... Já, todo un tema...

¿Quién no ha tenido abuelos?... Bueno, sólo quien no tiene padre, no tiene abuelos, pero existen personas que no tienen ni padre, ni madre, cuantimás abuelos...

Hoy amanecí con algo de entusiasmo (hacía tiempo que no tenía humor) para recordar a los abuelos, pero empezaré por orden (dicen que primero son los padres), yo digo que depende... porque en mi casa en lugar de patriota, hubo matriota... Mi madre se imponía en todo, pues ya ven como eran las mamaces de antes...

Bueno, pero empecemos con el relato del abuelo Isidro...

Pos él se llamaba Isidro y se festejaba (?) el día 15 de mayo, en fechas en que aún no se acostumbraba festejar al "maestro"... Creo que nació (mi abuelo, claro), el día de San Isidro Labrador... Jajajajajaja, que bueno que no nació el día de San Nepomuceno, porque sus papás, (mis bisabuelos) le hubieran puesto la chinga de su vida.

Era chaparrón... (Así lo recuerdo), blanco como la leche, pero quemadón por el sol de la costa... algo así como leche en jericalla (¿conoce usted la jericalla?), es algo así como un postre de danone... Ah.. No se olvide que si consume un danone, ayuda a que un niño sea feliz (¡claro, el niño del dueño de la fábrica!), pinche viejo, se voló y patentó un postre más mexicano y jaliscience que el tequila... Bueno pero ya me salí del tema, que es el abuelo.

Bueno, él era o fué (¿como decir?)... de los bajos de Jalisco, (de El Limón, Jalisco, cerca de Tonaya, la tierra del mezcal)... Porque los altos de Jalisco son de por allá de Tepa, o no se de donde cabrones, solo sé que hay bajos de Jalisco (¿será por lo chaparros?) y los altos de Jalisco (¿Será por lo grandotes?... Uyyy qué miedo)... No pues él nació en la tierra del mezcal (que es Tonaya), en las faldas del Volcán de Colima, no puedo decir de Jalisco, porque así se llaman los volcanes, aún cuando Jalisco detente su propiedad... jajajaja. Y bueno pues él fué del siglo pasado, nació por allá por mil ochocientos noventa y tantos, hace dos siglos... la neta que no sé de cierto el año.

Además de blanquito y chaparrón, era de ojos azules, azules, azules como el cielo de abril, (Ah, nos heredó, el color y lo chaparro, pero los ojitos... nanay), ¡y una chispa de aquellas!... tenía la broma a flor de piel (yo diría a flor de lengua)... picarón, el viejano, pero eso sí, muy cumplidor, trabajador y fiel amante de mi abuela Paulita (otro día les hablo de ella); a la que adoraba con la pasión de un perrito adoptado, muy buen matrimonio aquél, hasta la muerte de él.

Bueno pues mi abuelo... era un borrachín de aquellos, tomaba como cosaco en puerto... Decía mi abuelita que era así, porque en la revolufia lo perdió todo, y que ella lo comprendía y lo amaba así... (yo creo que si mi abuela hubiera vivido hoy, cualquier sicosiquiatra le hubiera dicho que era masoquista y que debería recobrar su identidad y que debería de dejarlo abandonado a su suerte), pero ella vivió antes, y amó a mi abuelo como se amaba antes, decía, que cuando se adquiere una propiedad, se adquiere con todo lo que tiene de bueno o de malo... ¡Allá ella!

¡Ah!... Pero eso sí, nunca que yo sepa, recuerde, intuya o me hayan chismeado, le levantó la mano a mi abuela, la bromeaba eso sí, la vacilaba y todo, pero jamás la ofendió con una mala palabra o golpe... Decía que juego de manos, era juego de villanos y que a la mujer debía amarse como a Dios, porque ella guardaba los secretos del creador (¿será?)...

Recuerdo que una vez, estaba más borracho que una palmera de Veracruz (de las palmeras de Lara, ¡claro!) y mi abuela, le dijo una gran ofensa... Le dijo: -Borracho empedernido y cabresto... Si no te compones me voy a ir de monja-.... Jajajajajajaja... ¿Les cuento que dijo el borrachín descarado de mi abuelo?... -Ay.. Paulita de mis amores... Regáñame más, pos mientras más me regañes, más te quiero-... ¡No, pos no había lucha con él!

Ah... Otra vez, recuerdo, que estaba en una cantina cercana a mi casa que se llamaba "La India Bonita", Cantina Kas Bha de Media Noche... (Ja... puto nombrecito...), bueno, pues ahí mero se encontraba el abuelo con unos amigos tomando cerveza Quijote, de esas gorditas de envase obscuro, con la efigie del Quijote y Sancho Panza, y oyendo la canción de "Mi Cafetal"... que le encantaba y que dice...

Aunque la gente viva criticando,
me paso la vida sin pensar en ná...
Pero no sabiendo que yo soy un hombre
que tengo un hermoso y lindo cafetal,
pero no sabiendo que yo soy un hombre
que tengo mi vida bien asegurá...

Ah, pues que llega mi abuela a la puerta de la cantinucha y que le manda decir con una mesera que saliera, pues ahí estaba ella... ¡Y Que sale el abuelo!... y le dice. -¿Y usted, que hace aquí?... Váyase a su casa que ahorita nos vemos-... Y ahí va la abuela de regreso, toda compungida y asustada... Ya al rato llegó don Isidro y le dice: -Mire señora... Yo me casé con usted pa que me cuide, más no pa que me ande cuidando... -Debe saber señora, que a usted la amo más que a mi vida, y no quiero que ande llendo a esos lugares, que no son para damas, ahí solo entran lo borrachos como yo, y las guilas, a las que no volteo a ver, porque ya tengo a mi mujercita linda a la que amo-... -¿No sabe usted quien es?-... La abrazó y ahí termino todo... Y mi abuela, jamás volvió por esos lugares.

Mi abuelito Isidro, en sus cinco sentidos, era de lo más chido, jugaba con nosotros, nos hacía tzumbas con un hilo y corcholatas; baleros con un bote de chiles, un palo y pabilo; espadas con varas de chamizo... Ah y los huaraches con correas de puerco (blanditas), o de res, (duras)... Todo a su tiempo, pues en las aguas se usaban duras, porque el agua se encargaba de ablandarlas. También por la nochecita, amarraba hilo negro de coser (marca de la cadena o mariposa) con un pañuelo blanco o negro o rojo y hacía títeres simulando la voz (?) de una paloma, de un vampiro, de un pollito... bueno de casi todos los animales que volaban. Los veintitantos nietos que vivimos juntos, fuimos muy felices en la niñez, y nos sentíamos protegidos y amados por el abuelo borrachin, ocurrente y amoroso de la abuela. Que anduvo en la revolufia y lucho por mí y por vos.

¿Y saben qué?... No les puedo contar mucho, porque yo tenía como 7 u 8 años cuando murió... ¿De qué creen que murió?... Sí de eso... de borrachito... le salía agua por la piel, se empapaba en la sábana, era duro verlo sufrir, panzón y flaco a la vez... Murió el mismo día en que en la Ciudad de México se enterraba a Pedro Infante... a los 66 años de edad se quedó quieto, mirando a la abuela que lloraba como la Virgen Dolorosa de su retablo...

Ese fué mi abuelo, lo comparto con ustedes, porque yo, no soy de la rancia aristocracia, soy de abajo y como dice la canción, abajo me quedo... Pues acá abajo no tenemos nada que ocultar, por eso les cuento que tuve un abuelo borrachito, pero trabajador y amoroso... Ya me voy, pues tengo qué hacer y no me regalan la sopa, hay que ganarla y la verdad es que en mi tierra se suda mucho para hacerse de los pesos que hacen falta siempre...

Nos vemos en la próxima, para hablarles del abuelo Pascual... (jajajajajajaja), ¡Ah pa nombrecitos escogían antes!... Qué bueno que yo nací el 19 de enero, que se festeja a San Mario, y mejor que me escogieran ese nombre, porque también, ese día, se festeja a San Canuto, ¿me imaginan a mí con ese nombrecito?... Nombre rima con casi todo....Jajajajajajajaja.... Chingada madre con los nombrecitos. Mejor, hay nos vemos.

Mario López Barreto.
10 de julio de 2005...

Ah... se me olvidó decirles que mi abuelo se llamaba Isidro López López, porque antes se casaban primos con primos y nada pasaba... como dice nuestro amadísimo (?) presidente, Chente....

Disculpen lo mal escrito, pero tenía que entrar a mi guarida, si no estos pinches blogeros (¿Se dice así?) capaz que me la borran, así que más les vale si quieren seguir sabiendo de mi vida... jajajajajaja, pues que comenten pa que vean que sí entra otra gente que no sea yo pa ver lo que he escrebido (?)... ¡digo! Adios.

En nuestra memoria

En nuestra memoria

Ahora descansa en la gloria del Señor.

Por la gran mujer, esposa, hermana, hija y maravillosa madre.
Eustolia Barreto

QUERIDA MADRECITA

QUERIDA MADRECITA

Querida mamá Tolla... Querida mamita:

Hoy miércoles 15 de junio de 2005 dejaste de existir. Siempre me había sentido muy mal al ver a una persona en su lecho de muerte, pero ahora no, no me sentí mal ni sentí pena ni pánico al saber que me dejabas, muy al contrario, sentí una paz infinita, una ternura increible, la misma supongo que sentiste tú cuando me tuviste en tus brazos recién nacido. Te ví tan frágil con tus ojitos cerrados, con tus manecitas unidas, con la faz tranquila, con la paz reflejada en tu semblante, con esa paz que proporciona el deber cumplido y la misión concluída y por todo el amor que diste y recibiste a lo largo de tu generosa vida a propios y extraños.

Los últimos meses de tu vida, nos diste ejemplo de paciencia y aceptación, no hubo quejas, ni lágrimas, siempre una sonrisa, siempre una bendición, siempre mensajes de amor y de esperanza... No hubo de tu parte herencias materiales pues esas no fueron para tí, ¡y qué bueno!... La herencia que nos dejaste es maravillosa: es tu ejemplo de mujer buena, fiel, respetuosa y amante de Dios y de tus semejantes, es la educación y la preparación que nos brindaste, poniendo en ello tu pasión y tu vida, fué, el habernos educado en el temor de Dios y en el amor al prójimo. ¡Grata y grandiosa herencia de vida!

Por éso, mi niña bonita, por éso no hubo miedo ni horror ante tu muerte... Sólo acepto como parte de mi vida, la pena de ver el final de tu ciclo vital... ahora, físicamente ya no existes, no puedo ya tocar tu piel, ni ver tus ojos tristes, ni escuchar las canciones que cantabas con tu voz maravillosa, ni tu risa cantarina; no puedo sentir tus labios ni la señal de la cruz que ponías en mi frente al bendecirme; ya no percibiré el olor de tus cabellos, ya no podré más, deleitarme con tus exquisitos guisos, ya no, pero a cambio, sé que desde arriba tendré tu bendición y tu amor eterno.

Al dejarte en el cementerio tuve necesidad de expresarte lo que siento y no pude, se que no podrás oír este mensaje, pero lo que sí se que llegará a tí, sin duda, allá donde quiera que estés. Recuerda mamita, siempre te amé y siempre te amaré... Tú vivirás en mí y yo en tí, estoy seguro, ahora te ruego solo, que al final de mi camino, seas tú quien me lleve a la presencia de ese Dios maravilloso al que me enseñaste a amar, mientras tanto, vive su amor en unión de todos los seres queridos para tí, que sin duda te recibieron encantados.

Solo me resta encontrar resignación en la familia, recordando las palabras que desde niño nos decías "Dios, nunca nos dará cargas que no podamos llevar a cuestas". Sí mamita linda... Dios me ayudará a soportar tu partida y a esperar la mía, para estar juntos para siempre. Te fuiste para ser una nueva estrella, que tu estrella sea la que ilumine lo que me resta de vida.

Madrecita... Mi nietecito, Mario alfonso, me dió este mensaje para que lo pusiera en tu féretro en una servilleta, no lo hice, perdón por ello. no fuí capaz porque sabía que de cuaquier forma tu sabrías el contenido de sus pensamientos cuando se acercó a tí, pero lo incluyo aquí como muestra de su amor por tí... (sic)

Abuelita Ustolia te quiero decir que
te extraño mucho, yo no quería que
te fueras al cielo pero estavaz
muy malita, quisiera que estuvieras
aquí conmigo y no ariva onque
se que aya eres muy feliz por que
estas con el hombre mas vueno
del mundo que se llama Diosito
aya hay muchos gardines y tienes
muchos amigos, es todo.

Te quiero
Mucho.

Mario Alfonso.

Mamá, Gracias por la vida que me diste pues a través de ella, pude conocer la luz del sol, la luna y las estrellas, el ruido del río y la fuerza del mar, tu sonrisa y tu mirada triste; gracias porque por la vida que me diste pude conocer el amor de mi esposa, de mis hijos y de mis nietos; la belleza y el olor de las flores, gracias por el calor de tus besos que aún siento pegados a mí; gracias por la simpleza y contundencia de tus sabios consejos porque por ellos soy lo que soy, un hombre útil a Dios y a mi patria, a mi familia y a mí mismo; gracias por la disciplina que me aplicaste porque gracias a ella supe distinguir.. La verdad de la mentira, el amor del odio, la bondad de la maldad, el trabajo del ocio pecaminoso y sobre todo, gracias por la grandeza de tu amor y de tu ejemplo, pues por medio de todo ésto descubrí el amor de Dios, aquí mismo en la tierra. Por todo ello y mucho más... ¡Gracias querida mamá Tolla!

Tu hijo Mario.
17 de junio de 2005.

De esos soy yo...

Yo no soy del norte, "ni del Norte de Colima" como decía mi apá, pos más bien soy del sur donde canta la brisa entre palmeras, y las pocas que nos quedan, marchan y llevan en alto como enseñas de victoria los pendones desplegados. Soy de los que crecieron y vivieron en la costa, que altiva, lucha entre estertores de muerte, por defender su esencia, su flora y su fauna, que insaciables: el progreso y la ambición osan destruir.

Yo soy de los que aman el canto del zenzontle, del canario y de los mirlos de las barrancas volcánicas, y el argüende de los pericos guayaberos, los zanates y ticuces, que al caer la tarde costeña, huyen al recinto fresco de sus nidos; amo el rumor del arroyuelo que ríe sobre su cauce, lamiendo lo viejos troncos de los mangos y los mojos, amo el murmullo de las olas del mar que derraman sobre su playa insaciable el aroma de su sal; amo el soplo del viento cálido, la fresca paz y la furia intempestiva del volcán de fuego, que refleja su penacho gris sobre el rostro nacarado de su viejo hermano, el volcán nevado. Amo los sabores de mi tierra: los dulces de mango y los tamales de ciruela, los áciditos del limón y tamarindo, amo el sabor salado de su flor de mar concertida en sal con el sudor del obrero y el inexplicable y exquisito sabor de la guanábana, de la anona, de la pitaya agridulce, del mamey, la guayaba y el chicozapote.

Yo soy de los que aman el resplandor de los paisajes de su tierra, los azules multicolores de su mar y de su cielo, los rojos impredecibles de sus atardeceres, los verdes cambiantes de sus llanuras y montañas. Amo la plata de su luna que curiosa se refleja en el espejo de sus lagos y lagunas; amo la huella de sus caminos, la morada humilde que habita su gente, construída entre los mangos, los cafetos y los parotales. Amo los ocres de sus otoños, pintados en sus cosechas y sus montes, amo el dorado de su sol de medio día, que tuesta los maizales en el llano, amo el blanco dental de la risa de sus niñas y el talle inquieto de sus mozas que se cubren con la blancura de sus almas pías, y que engalanan su cuello con collares de colorines y adornan su pelo con cintas y jazmines.

Yo soy de los que aman la piel morena de sus indios, arrugados por la fuerza del sol canicular, de pelo ralo y lamido, de ojos pequeños y mirada inteligente; amo la sonrisa pura y virginal de sus niños y el cantar bravío de sus jóvenes que a capela imitan las canciones populares de los artistas mercenarios... Dejando en el olvido, hoy,  las tonadas sutiles, dulces y fragantes de la lengua náhuatl de sus antepasados, para aceptar a las bandas y los roncanroleros que más que cantar, berrean.

Yo soy de los que fueron arrullados en su cuna, forjada con sogas y costales y sostenida en horcones de coral, mecida al viento y escuchando los cantos armoniosos de mamá, que con dulces tonadilla, susurraba en fugaz apuro: "Duérmase mi niño, duérmaseme ya, porque viene el viejo, y se lo comerá... A la rorro niño a la rorro ya, duérmase mi niño, duérmase mi amor..."

Yo soy de los que forjaron su familia en base a los valores transmitidos, con esposa e hijos y nietos de Colima, a los que enseñé a amar del mismo modo que aprendí: lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.

Yo soy de los que piensan que sus restos mortales, deberán convertirse en savia, para que crezcan sus frutos, y que lo único que debe soportar el tiempo es el deseo de que Colima y México, sean cada vez más grandes y más fuertes, cuna de grandes oportunidades para todos.

Yo soy de los que aman a sus antepasados, a sus coetáneos y a las futuras generaciones, de quienes depende la gran oportunidad del verdadero cambio interno, para que la mejoría, en todos los aspectos, llegue a su nivel de vida sin romper ni destruir lo poco de bueno que nos queda.

No cambiaré por nada, de eso estoy seguro, y seguiré luchando desde mis pobres trincheras, para que el sueño de muchos y muchas se cumpla.

De ésos soy yo.
Mario López Barreto.
Enero de 2005.